@revistapurgante

Amina gritaba su nombre cuatro veces al día con la intención de que alguien la escuchara, se encontraba en una prisión de máxima seguridad bajo tortura. Su delito: pintarse los labios. Las hijas del señor Nazari eran conocidas por su peculiar forma de ser, siempre despampanantes, únicas y sin nada que les preocupara… básicamente, lo tenían todo (libertad), pero, en 1996, eso cambió con la llegada de los talibanes al poder.

Asmaa, Amina y Amal eran sinónimo de adulterio entre los conocidos, se escuchaban sus nombres entre susurros de la gente, siempre había algo que hablar sobre ellas. Antes de la llegada de los talibanes, la realidad de las mujeres era otra; las mujeres podían vestir como quisieran sin temor a ser castigadas o vilipendiadas, podían votar, e incluso, podían estudiar en colegios y universidades. La invasión soviética ayudó considerablemente a la igualdad de género en esa época.

Durante el verano 1998, Amina fue arrestada junto con otras diez mujeres. Los talibanes avanzaban sin tregua en la destrucción de todo lo conseguido anteriormente, se habían anunciado las nuevas reglas que toda mujer debía seguir de ahora en adelante. El Purdah renacía de nuevo.

El señor Nazari temía por el estilo de vida que ahora tenían que obedecer sus hijas, sabía perfectamente que se opondrían a seguir algo que para ellas era casi imposible, su libertad era lo más importante que tenían. Amal soñaba con ser científica, Asmaa amaba el deporte y a Amina le encantaba bailar, la música, usar tacones y pintarse los labios. Las hermanas Nazari no eran específicamente conocidas por sus gustos, su belleza sobresalía y en Kabul, no había delito más grande que eso. “El rostro de una mujer es una fuente de corrupción”.

De un día para otro, el uso de la burka fue completamente obligatorio. No podían salir a la calle sin estar cubiertas de los pies a la cabeza y sin estar acompañadas de un Mahram. En este caso, las hermanas no podían salir si no iban acompañadas de su padre. Amina había decidido quebrantar las reglas la noche del verano en la que fue arrestada. Solía escaparse a fiestas clandestinas cerca del distrito de Paghman. Los talibanes organizaron una redada ese día con el fin de empezar a limpiar la ciudad de males impuros y crear un “ambiente seguro”, en donde la “castidad” y la “dignidad” de las mujeres pudieran ser sacrosantas una vez más.

La música de repente se tornó a gritos de ayuda y súplicas de perdón, el labial de tono rojo intenso rodó por accidente y cayó a los pies de uno de los soldados talibanes; un chico de no más de quince años. Amina intentó escapar, pero fue tomada del cabello, su labial se había corrido hacía su mejilla izquierda, la cubrieron de inmediato y la aventaron como si fuera ganado a unos de los carros que la transportaría a su fin. No era la única detenida, unas estaban arrestadas por estudiar, otras por querer acceder a un médico, una por reírse en público, una más por manejar y otras por “adulterio”. La vida de las mujeres de repente se volvió clandestina.

Al día siguiente, antes del mediodía, una de las mujeres arrestadas fue lapidada, su esposo le  aventó la primera piedra. Una mujer que fue golpeada por los talibanes por caminar sola por las calles dijo: “Mi padre murió en batalla, no tengo esposo, ni hermano, ni hijos. ¿Cómo voy a vivir si no puedo salir sola?”.

El señor Nazarí temía por la vida de su hija Amina, él solía trabajar como soldado antes de la invasión de los soviéticos, perdió uno de sus brazos en combate, esa situación le había ayudado a largar la condena que le habían puesto a su hija, su argumento fue que él dependía de ella. Amina ya llevaba cuatro días bajo tortura, le habían, casi, desfigurado el rostro… jamás volvería a pintarse los labios. Amaal y Asma se encontraban escondidas en una universidad abandonada con un grupo de mujeres y hombres afganos que buscaban huir del terror de los talibanes.

Han pasado ya diez años desde la llegada de los talibanes. Amina fue liberada, su rostro quedó deformado, la belleza que la caracterizaba se redujo a una cara casi irreconocible. Nada ha cambiado; vive con el miedo constante, hasta de respirar. A diferencia de sus hermanas ha sido la única que no ha podido escapar, sigue teniendo el deber de cuidar a su padre. En ocasiones se ha visto en la obligación de servirle clandestinamente a otros hombres, sigue pagando su deuda por aquellos que la dejaron “vivir”.

El señor Nazari ha buscado constantemente asilo en otros países, se lo han negado deliberadamente. Lo que él no sabe, es que ha apoyado inconscientemente al sistema tan repugnante de los talibanes, cree que le salvó la vida a su hija.

*

—¿Cómo lograste escapar, Amina? —le pregunté.

—Mi padre fue asesinado por querer salvarme la vida de nuevo. Todos lo conocían por ser nuestro padre. “Las hijas del señor Nazari”, así decían siempre. En unos días me reuniré con mis hermanas, después de tantos años. Mi hermana Asmaa logró escapar de las atrocidades de los talibanes, hace unos meses la violaron entre cuatro personas en el país en donde ella creyó se sentiría segura, el gobierno la ignoró y no ha tenido justicia.

Al parecer en el mundo siempre somos tanto la víctima como el delincuente. Todo es siempre nuestra culpa. ¿Nuestro delito? Ser mujeres.

Por Itzel García