Por @revistapurgante

Este fragmento pertenece al ensayo novelado de William Burroughs ,Blade Runner, una película (1979), una obra híbrida entre novela y tratado cinematográfico que tomó como base el cuento TheBladeRunner (1974) del escritor Alan Nourse. Su título fue escogido para la película de ciencia ficción de RidleyScott. En España fue publicado en el año 2011 por Ediciones Escalera, un ejemplar que parece casi imposible de encontrar en formato físico. La editorial inglesaTangerine Press lo editó en el año 2019 con motivo del cuarenta aniversario.

La intención de Burroughs era llevar al cine la novela de Alan Nourse, que presentaba un mundo pesimista gobernado por las multinacionales farmacéuticas, que condicionaban las leyes sanitarias, donde las revueltas callejeras eran constantes y los médicos ejercían ilegalmente. Aquí presentaba a los BladeRunners, adolescentes que vendían fármacos ilegales a los médicos. Cuando Hampton Fancher, primer guionista de BladeRunner (1982), buscaba un título para la adaptación de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick, compró los derechos del título.

El Blade Runner: Flash de chico desnudo con sandalias de Mercurio y un maletín de médico. Se ve a un chico que corre por las calles de la parte baja de Manhattan. Avanza disimuladamente de portal en portal cuando aparecen policías. Tempestad de nieve… Perros ladrando desde las ventanas de edificios abandonados. El chico avanza contra el viento. Hay nieve en su cara. Se detiene agotado durante un momento, apoyándose en un árbol. Atraviesa un descampado con mazorcas de maíz congeladas. A medida que corre, mejora el tiempo.

La versión de Burroughs es muy parecida a la de Nourse. Pero más breve. En unas apenas noventa páginas nos ambienta en una Nueva York distópica y apocalíptica, con el personaje principal de Billy, un Blade Runner que realiza un viaje entre 1914 y 2014 donde el sistema sanitario ha empezado un proceso de eugenesia totalitaria. Allí, cualquier persona enferma no es apta para reproducirse y debe esterilizarse si desea obtener tratamiento médico. En este mundo existe una pandemia de cáncer que provoca mutaciones, deseo sexual y muerte. Una enfermedad que solo puede ser curada con otro virus: el B-23.

Como buena fan de las distopías, y más concretamente de BladeRunner, estaba muy interesada en leer el libro. Después de mucho tiempo, pude encontrar en el archivo del Instituto Cervantes una traducción del mismo, incluida en la revista Cuadernos Hispanoamericanos del año 1985, a cargo de Mariano Antolín Rato, más conocido como Martín Lendínez, un traductor de referencia que ha trabajado con obras de Jack Keruac, William Faulkner o Brett Easton Elis entre otros.

La verdad es que probablemente no sea de las mejores obras de Burroughs. Teniendo en cuenta que de por sí ya está basada en otra, tanto el peso de la historia como el de los personajes carece en ocasiones de fuerza o de resolución narrativa. Sin embargo, una de las cosas más interesantes es saber que Burroughs pasó cuatro meses intentando convertirla en película, después de que ya hubiera demostrado su interés por el cine en 1966 al filmar el proyecto experimental The Cuts-Up. Después de que esa idea fuera descartada por completo, finalmente en el año 1983 el director Tom Huckabee usó la idea de Burroughs como telón de fondo para su proyecto Taking Tiger Mountain, donde el personaje de Billy es secuestrado por un grupo de feministas militantes para matar al jefe de una red de tráfico sexual. Aquí, Burroughs narra la voz en off leyendo escenas de Blade Runner, una película.

Lo que siempre me ha gustado de este género literario es que todos los elementos son atemporales. Porque extrapolan, a un futuro desastroso, las ansiedades contemporáneas. Esas que nos rodean cada día. Las que se ven y las que no. Las que se sienten y no se dicen. Leyéndolo, inevitablemente me ha venido a la mente un artículo de opinión del periodista Héctor G. Barnés, publicado en El Confidencial, en el que daba su visión sobre el día a día pandémico que le rodea: “El coste incalculable es el de sugerir a una población doblemente vacunada y aún así aterrorizada que la vacuna no era la última frontera, que hay tribus urbanas de jóvenes esperando detrás de la esquina con jeringuillas contagiadas de covid, que para ellos la vida se ha acabado mientras el mundo real es tomado por horas de irresponsables”. Unas frases que parecen sacadas del propio libro. Al final va a resultar que ahora somos todos BladeRunners.

Pero, ¿dónde ha quedado la capacidad crítica? ¿Y la reflexión? ¿Somos todos unos irresponsables?: “El exceso de celo, pasado por el filtro del paternalismo político y la indignación moral, está pasando una factura mental cada vez más abultada que pronto deberemos pagar”. Desde luego, la obra es una crítica a la vigilancia. A una sociedad que, como está ocurriendo ahora, enmascara sus miserias y sus escasos límites éticos a través de un sutil control. De hecho, la premisa de la obra original de Nourse era que “los burócratas controlaban la sociedad a través de la atención médica universal”.

Dice Héctor que “debemos reconducir nuestra indignación moral hacia algo más productivo, dejar de prestar micrófonos a quien solo busca protagonismo a través del terror y apagar la tele. Dejar de sobrevivir y empezar a vivir”. Quizás Burroughstenía razón y el lenguaje es un virus que vive en el hombre como un parásito. ¿Podemos combatir la palabra con  palabras?: “La tarea del escritor es trabajar el lenguaje como inoculación, como vacuna: la palabra literaria fortifica el organismo contra las formas más insidiosas del mal: las palabras de los políticos, de los militares, los comunicadores sociales, los médicos…”.

Hasta que eso suceda, y podamos recuperar el silencio perdido, parece que continuaremos viviendo en un mundo de adictos, donde los más altos poderes nos dominan mediante la adicción: al dinero, al trabajo, al consumo, a la palabra. Y mientras tanto, correremos al filo de esa realidad como auténticos BladeRunners.

Por Elena Hita Piera / @28eleni