Por: Alejandro Ortiz Cotte
Una de las palabras más usadas actualmente en el mundo, y por ende en México, es normalidad. La gente la anhela como si no la tuviera y espera la orden de volver a sus brazos “cuando esto acabe”. Se habla incluso de una Nueva normalidad, frase esperanzadora pero contradictoria en sí misma: no puede haber normalidad cuando ocurre una novedad. Lo que se tenía que haber dicho era “la nueva cotidianidad”, pero parece no importar, la frase funciona para las autoridades y la mayoría de la población.
Saltando esta peccata minuta, parece que la frase “Nueva normalidad” busca decir que volveremos a la normalidad de una nueva manera: en fases y etapas teniendo como presupuesto de fondo que todo cambió por el coronavirus. No lo creo así. Creo que en buena parte nada ha cambiado de fondo y sólo se está en la ambigüedad del “mientras tanto” que permite algunas modificaciones, pero nada sustancial. Este limbo social ha producido variaciones ligeras: nos estamos habituando a pequeños cambios por las nuevas reglas sociales que tenemos que realizar, como los saludos, por ejemplo; además, debemos asumir nuevos protocolos para la convivencia pública y laboral, las “sanas distancias” las estamos utilizando en ciertos espacios: tiendas, templos, bancos, escuelas, etcétera.
Pero lo preocupante es que, pase lo que pase con el virus, las grandes corporaciones tecnológicas, financieras, farmacéuticas y algunos políticos corruptos utilizarán lo mejor posible la pandemia para lograr sus objetivos y plantear a las sociedades nuevas formas de existir que para ellos implica, entre muchas otras cosas, nuevas formas de comunicación social, lo que significará la utilización de la tecnología 5G evitando la discusión que iniciaban algunos grupos sociales sobre sus posibles consecuencias cancerígenas, convirtiéndola con la ayuda de una buena mercadotecnia en la gran solución, claro, más costosa, para el malestar social del “mal Internet” que se tiene ahora, que no da abasto para una vida social con el home office. Se adquirirán “planes más poderosos en Internet”, que a su vez conllevará a adquirir todos los dispositivos necesarios para vivir esta nueva utopía digital. Las clases sociales se distinguirán por la digitalización de sus casas. También supondrá nuevas formas de contención del malestar social, tan molestas para el turismo y para la economía global, según los empresarios y políticos en turno. La pandemia hizo lo que no pudieron los gobernantes: parar las manifestaciones. En estos momentos, en todo el continente, las protestas se han debilitado, disminuido o hasta desaparecido, aunque siguen existiendo las causas que las originaron: asesinatos, feminicidios, homicidios de menores de edad, corrupción, injusticias y desapariciones forzadas. Habrá nuevas formas de comprar, no desaparecerán los centros comerciales, pero se fortalecerá el comercio en línea. Pregunten a Amazon que ha ganado en una semana de abril 11 mil dólares por segundo, según la BBC. Se ha enseñado –forzosamente– a comprar en línea de forma educada y pedagógica, de modo que podamos evitar esas compras de pánico que hacen ver tan mal a la gente creando desabasto de papel higiénico, gel antibacterial y otras cosas. Esto lo aprendió la clase media, que perdió el miedo al WiFi y compra por Internet; de modo que los mercados informales podrán ir desapareciendo como deseaban muchos empresarios y políticos que se alían para embellecer los centros históricos y limpiar al país ignorando que gracias a ellos y a los migrantes el país no explota. Implicará a la vez el reforzamiento de la desconfianza social: sólo basta un estornudo para odiar al vecino. El odio, la ira, el enojo que estaba acumulado en los cuerpos y corazones de muchos habitantes de este mundo, se ha fortalecido por el encierro pandémico. Los vecinos se pelean por Internet, las personas se insultan por las redes sociales, las familias reconocen que no se soportan y que el salir se vuelve indispensable para salvar la unidad familiar, los maridos golpean a las mujeres y la violencia intrafamiliar crece, los suicidios crecen, la depresión reina como nunca. En estos tiempos se ama más a un gato que a una persona. Esta sociedad que se está desgarrando y deshilvanando beneficia a pocos que quieren sociedad rotas y nada solidarias. En esta nueva realidad emergen nuevos actores: las farmacéuticas, las aseguradoras y los grandes emporios de farmacias populares. Se calcula que seremos un mundo enfermo a conveniencia de unos. Se habla de la era posCovid, una nueva era donde la salud será el objetivo de la vida regulada y administrada por estos actores globales que hemos anunciado. La salud será el horizonte a llegar, no la cotidianidad de todos. Estaremos más enfermos, durante más tiempo y más fuertemente. Las políticas públicas serán necesarias para crear este mundo distópico. Un ejemplo de que ya está sucediendo: según una noticia de hace unos días, la OMS menciona que al menos 80 millones de niños menores de un año corren el riesgo de contraer enfermedades como difteria, sarampión y poliomielitis como consecuencia de la interrupción de la inmunización sistemática por la pandemia de la Covid-19.
El mundo no quiere cambiar. No les mueve ni la portada del New York Times donde ponen los nombres reales de los cerca de 100 mil muertos en Estados unidos, ni saber que han muerto en el mundo más de 350 mil personas. Simplemente no quieren cambiar. Estamos demasiados habituados a vivir “normalmente” comprando, destruyendo la naturaleza (sin querer como se dice), respetando poco al otro. Se sigue realizando lo que normalmente se hace en el mundo: matar (en México, en abril hubo dos mil 492 homicidios dolosos, dato “normal de acuerdo con los meses anteriores), deportar inocentes (como Estados Unidos, que deportó a sus países de origen y sin ningún detalle de misericordia, a más de mil niños desde marzo), olvidar a los más ancianos (en España los bomberos encontraron a 62 ancianos que murieron en completa soledad entre marzo y mayo), vivir sin conciencia social (como los estadunidenses, que en este reciente Memorial Day abarrotaron las playas y balnearios), entre otros ejemplos “cotidianos” y normales”.
Sin embargo, también siguen existiendo, como antes de la pandemia, actos heroicos y notables, como la de los doctores/as y enfermeras/os que día a día arriesgan su vida y dejan su cercanía con sus seres queridos por atender pacientes malagradecidos, actos de resistencia de miles de comerciantes que creativamente se reinventan cada día de esta larga pandemia para sobrevivir, así como las pequeñas y medianas empresas que convirtieron sus negocios a una velocidad increíble en servicios a domicilio para mantenerse a flote, o esas instituciones que no quieren despedir a nadie, aunque las finanzas no vayan nada bien. O el ejemplo de las madres que siguen buscando a sus hijos en los desiertos del país arriesgando su propia vida ahora, además, por el virus.
Creo que sólo desde estos últimos ejemplos y desde la recuperación del dolor de las víctimas por Covid-19 es por donde podemos empezar una “nueva normalidad”, sólo desde ahí se podrá. Sino hay esta conciencia, la pandemia sólo habrá servido a las grandes corporaciones para mantener su poder y dominio global una vez más.