En la primavera de 1974, un levantamiento militar en Portugal puso fin a la dictadura de Marcelo Caetano.

El desgaste social propiciado por las guerras coloniales y la súbita destitución del general António de Spínola, quien buscaba dar una solución política a los movimientos independentistas en África, llevaron a una conspiración en el seno del ejército portugués y al derrocamiento del régimen.

El 25 de abril, el Movimento das Forças Armadas tomó los puntos estratégicos del país con el objetivo de restaurar la democracia, en una sublevación conocida como la Revolución de los Claveles.

En el verano del año siguiente, los partidos Socialista y Social Demócrata rompieron con los militares, tras advertir que no respetaban la democracia y buscaban construir un Estado comunista.

Entonces, el MFA se dividió en bandos, de elementos moderados y radicales, representados por Ernesto de Melo Antunes y Otelo Saraiva de Carvalho, respectivamente.

Teniente coronel de infantería y veterano de la guerra de Angola, Saraiva de Carvalho defendía la idea de la democracia directa, en la que el poder estuviese en manos de asambleas populares, lo que le valió la etiqueta de anarcopopulista.

El 26 de julio de 1975, fue invitado a Cuba por Fidel Castro, quien, en la ceremonia del aniversario del asalto al Cuartel Moncada, lo llamó “héroe de la revolución portuguesa contra el fascismo, el imperialismo y la reacción”.

Ese mismo año, viajó a Estocolmo para reunirse con el primer ministro sueco Olof Palme, el líder ideológico de la socialdemocracia europea, la otra cara de la izquierda en el continente.

Palme había ascendido al cargo en octubre de 1969. Bajo su gobierno, Suecia adoptó una posición activa en el escenario internacional, marcada por la defensa de la paz y los derechos humanos y la crítica por igual a Estados Unidos y la Unión Soviética. En lo interno, adoptó políticas que reforzaron el sistema de bienestar de su país.

Durante la visita de Saraiva de Carvalho, la televisión sueca organizó un encuentro entre él y Palme para intercambiar ideas.

—¿Para qué fue la Revolución de los Claveles? –quiso saber el primer ministro sueco.

—Para acabar con los ricos –respondió el militar portugués.

—Fíjese qué curioso –repuso Palme–, aquí todo lo que hacemos es para acabar con los pobres.

¿De cuál de esas dos visiones está más cerca la izquierda mexicana que actualmente gobierna?

Si uno se atiene a los dichos más recientes del presidente Andrés Manuel López Obrador y al documento que publicó el domingo pasado el presidente interino de Morena, Alfonso Ramírez Cuéllar, la izquierda gobernante está claramente más cerca de Saraiva de Carvalho que de Palme.

“Se debe de buscar una sociedad más justa, más igualitaria y que no haya derroche, que no haya ostentación, que se le baje al consumismo, a las extravagancias, que se disminuya la frivolidad y que México sea un ejemplo de austeridad, de sobriedad, de fraternidad y no de consumo de artículos de lujo, extravagantes”, dijo ayer el Presidente.

“El Inegi debe tener la facultad constitucional de medir la concentración de la riqueza en nuestro país. (…) Medir la pobreza en México es un gran avance. Ahora se demanda, con urgencia, medir también la desigualdad y la concentración de la riqueza”, escribió el líder formal del partido del gobierno. 

Por lo visto, en México no se trata de acabar con la pobreza, incrementando el ingreso de quienes menos tienen, sino de bajar a todos al mismo nivel.

 BUSCAPIÉS

El 22 de febrero pasado, Mike Hughes, un entusiasta de los cohetes hechos en casa, se lanzó en uno de ellos buscando probar que la Tierra es plana. Como él, el subsecretario Hugo López-Gatell parece dispuesto a hacer lo que sea para convencer, a quien quiera escucharlo, que su teoría de la curva plana es correcta. Tristemente, Hughes se estrelló y se mató en el intento. La curva de López-Gatell ya superó los 54 mil casos de covid-19 y no da muestras de moderar la velocidad de su ascenso.

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