Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio 

Antes que dar resultados o cumplir sus promesas de campaña, lo que más importa a Andrés Manuel López Obrador es su imagen ante los gobernados. Sólo así se entienden muchas de las medidas que ha tomado y de las palabras que ha pronunciado como Presidente de la República.

Para no irnos más atrás, me referiré a dos cosas que ocurrieron esta semana. El lunes, al reunirse con familiares de desaparecidos en Palacio Nacional, López Obrador se esmeró por decirles que “por muy dolorosos que sean los hechos, yo siempre daré la cara”.

No creo que a una madre que está buscando a su hija le importe mucho que el Presidente dé la cara. Lo que quiere es que le ayuden a encontrarla. Y si no viva, que cuando menos le den unos restos que enterrar.

El martes, la Comisión Nacional de Hidrocarburos autorizó a Pemex a perforar un pozo mediante fracking, una técnica que prometió que no se utilizaría durante su gobierno, como destacaron los medios en sus notas sobre el asunto.

Aunque actualmente Pemex está batallando por mantener y elevar sus niveles de producción –y para ello le vendría bien el fracking–, López Obrador canceló la decisión en su conferencia del miércoles.

Aparentemente, el Presidente vive muy preocupado de lo que los medios digan de él. Esta semana se quejó de que 90 o 95 de cada 100 columnistas “están constantemente, un día sí y otro también, cuestionándonos”.

Yo me había quedado con que los medios tradicionales ya nadie los consultaba y que la opinión pública ahora se formaba en las “benditas redes sociales”. Al menos eso había dicho muchas veces López Obrador. Pero, por lo visto, él (ya) no lo cree.

Por supuesto, no es el primer Presidente en quejarse de los medios. A lo largo de la historia reciente, podemos encontrar muchos episodios semejantes, como el “no pago para que me peguen” de José López Portillo.

Sin embargo, éste es un Presidente al que lo paraliza la idea de que la gente pudiera verlo con malos ojos. El problema es que todo gobernante pierde la simpatía de los gobernados en algún momento. Alguien debería recordárselo.

Lo que más llama la atención es que la preocupación de AMLO por su imagen se dé mientras aún goza de altas tasas de aprobación. ¿Qué será cuando baje del nivel de 50%, como probablemente ocurra en algún momento del sexenio?

Al contrario de lo que parece creer el Presidente, gobernar no es comunicar. Estar todos los días en una conferencia mañanera no resuelve los problemas, y éstos comienzan a acumularse. Es verdad que López Obrador tiene una gran habilidad para incidir en la opinión pública y lograr que ésta comparta su interpretación de los hechos –es, sin duda, el rey del spin, como escribí hace unos días–, pero si sigue preocupado casi exclusivamente por su imagen y lo que se dice de él, los problemas comenzarán a rebasarlo.

El martes, en Ecatepec, el mandatario dijo que gobernar no tenía mucha ciencia, que bastaba con aplicar el sentido común. Si, como ha dicho, quiere pasar a la historia como uno de los mejores presidentes que haya tenido México, tendrá que comenzar a aplicar esas mismas palabras.

Sentido común es dejar en paz lo que no está descompuesto (aunque se le haya ocurrido a otro Presidente); desdecirse cuando se ha cometido un error y entender que gobernar implica tomar decisiones que son a menudo impopulares.

 

BUSCAPIÉS

Ayer entrevisté en Imagen Radio a Ricardo Monreal sobre sus declaraciones en torno del gabinete de López Obrador. Los colaboradores del Presidente no lo están ayudando, insistió el zacatecano, quien aventuró que pronto podrían venir cambios en el equipo. ¿Qué tal el lunes 1 de julio? Veremos.