Disiento
Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista

Nuestra historia patria está llena de verdades a medias, por no decir francamente mentiras. De ello es culpable el maniqueo sistema educativo nacional que prefiere enaltecer ciertos episodios y personajes, y defenestrar a otros porque nuestra historia es fundamentalmente ideológica en vez de científica. El episodio de la batalla del 5 de mayo en Puebla no es la excepción: nos falta rigor y objetividad para señalar que la ciudad estuvo varios días de luto ante la derrota francesa y así lo consignó el propio Ignacio Zaragoza: “Los poblanos son gente mala, indiferente y egoísta, la ciudad está de luto por la derrota francesa”.

La Batalla de Puebla definió en gran medida nuestra consolidación soberana. Puede decirse que fue un parteaguas de la historia nacional; en mayo de 1861 el presidente Benito Juárez anunció la suspensión de pagos de la deuda mexicana con Francia, España e Inglaterra.

Para diciembre de 1861 y enero de 1862 arribaron las primeras tropas francesas. A pesar de las negociaciones respecto a la moratoria, el 5 de marzo llegó a Veracruz un contingente francés bajo el mando del conde de Lorencez, por instrucciones de Napoleón III.

Los franceses, con la moral muy alta y sabiéndose uno de los mejores ejércitos del orbe (no perdían una campaña bélica desde Waterloo), avanzaron hacia Puebla, pasando por Orizaba y Acultzingo. La gran confianza que se tenían los franceses también estribaba en las consideraciones personales de Lorencez, quien el 26 de abril escribió a su gobierno “…que era tal la superioridad de su raza, organización, disciplina, moralidad y elevación de sentimientos sobre los mexicanos que se servía decir al emperador que a la cabeza de sus seis mil soldados ya era el amo de México” (Recomiendo ampliamente consultar la obra Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero 1821-1970, El Colegio de México).

Cuando el general Ignacio Zaragoza tuvo noticias acerca del avance francés salió a Puebla con cuatro mil soldados para hacer frente al enemigo, así como organizar la defensa repartiendo sus tropas por las calles desiertas de la también llamada Ciudad de los Ángeles, debido a que la mayoría de sus pobladores apoyaba la invasión de Francia, en algo que oportunamente el general le informó a Juárez. Fue el 3 de mayo cundo el Congreso declaró la suspensión de garantías constitucionales.

Llegó el día de la batalla, el 5 de mayo de 1862. En la madrugada de ese día, Zaragoza recordó a sus tropas que ellos “eran los primeros hijos de México, y os quieren arrebatar vuestra patria”. Las fuerzas del ejército francés se componían de más de cinco mil hombres, mientras que las del Ejército de Oriente se integraba por alrededor de cuatro mil individuos.

A las 9:15 horas las tropas francesas se divisaron en el horizonte y a las 11:15 inició la batalla. Este hecho se anunció con cañonazos disparados desde el Fuerte de Guadalupe y por el repique de las campanas de la ciudad.

Ubicada en el oriente de Puebla se encuentra la iglesia de los Remedios, lugar aprovechado por el general Ignacio Zaragoza para planear la estrategia de la defensa contra la invasión francesa. Más que en los fuertes de Loreto o Guadalupe, fue en esta pequeña pero resistente iglesia donde se concentró Zaragoza para darle la gloria a los mexicanos ese 5 de mayo de 1862. Dicho templo hoy guarda aún celosamente las huellas de la batalla.

La batalla fue dura, pero cerca de las 14 horas la victoria parecía estar del lado mexicano. A ello se le sumó una fuerte lluvia que cayó entrada la tarde, lo cual dificultó aún más la actuación de las tropas francesas. Dado que las fuerzas mexicanas lograron repeler todos los ataques, el ejército francés no tuvo más remedio que retirarse hacia su campamento en Amalucan, partiendo luego para Amozoc. A los tres días los franceses estaban en Orizaba. Los resultados finales de la batalla fueron 476 muertos y 345 heridos para el bando francés mientras que 83 muertos, 250 heridos y 12 desaparecidos para el Ejército de Oriente.

Las reacciones en el mundo no se hicieron esperar. Moisés González Navarro, en la obra arriba citada, refiere a José Manuel Hidalgo, fervosoro imperialista, “…aterrado se presentó a la corte parisina, tranquilo en apariencia; ahí todos estaban tristes, pero no escuchó una queja ni una indirecta. Napoleón III estaba sombrío, Eugenia nerviosa (…) En París no podían creer que los zuavos (vencedores en Crimea y en Lombardía) hubieran retrocedido ante los mexicanos, y se tuvo que reconocer que el soldado mexicano no era despreciable si combatía detrás de las murallas…”.

El general Zaragoza falleció el 5 de septiembre de 1862, es decir, el mismo año de la batalla heroica, a causa de una fiebre tifoidea. Él logró ganar esta importante batalla junto a su ejército diciéndoles que, si bien “los franceses eran los primeros soldados del mundo, ellos eran los primeros hijos de México”.