La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Cada vez que en una conversación aparecía el caso Lydia Cacho, Mario Marín descalificaba el tema con un gesto de hartazgo.
—Es una nubecita —decía sin darle importancia.
Eso ocurrió antes del escándalo de los audios en 2006 y antes, también, de la orden de aprehensión de hace unos días que le quitó el sueño por completo.
La primera pesadilla la apagó con maletas cargadas de dólares.
Periodistas nacionales y varios ministros de la Corte fueron visitados oportunamente por emisarios de Marín con las maletitas que, al decir de Carlos Ibáñez, Ana Teresa Aranda conoce y añora muy bien.
La segunda pesadilla lo tomó por sorpresa, pues después de que el juez Segundo de Distrito de Cancún desechó la denuncia de Lydia Cacho, nunca esperó que la magistrada del Primer Tribunal Unitario del Vigésimo Séptimo Circuito le diera el trámite que le dio y que nos tiene a todos escribiendo del tema delirantemente.
(Por cierto: a ese juzgado de distrito regresará el caso una vez que el ex gobernador sea aprehendido).
Marín es indefendible, aunque honra a sus defensores poner el pecho para limpiar la cloaca en la que se convirtió el marinismo.
Y es que hasta Hitler tuvo adictos que salieron por él.
O Pinochet.
O el Mocha Orejas.
O las Poquianchis.
La conversación Marín-Kamel Nacif hundió a los dos para siempre.
Y es que ahí aparecen dos cómplices absolutos de la tortura por la que hoy están prófugos.
Las palabras no mienten.
Menos aún los matices.
Todos estamos de acuerdo en este país que Marín defendió a una red de pedófilos en contra del valor de una activista convertida en periodista.
Los pedófilos se defienden entre sí.
No de en balde un ex senador de la República cooperó con cien millones de pesos para que Jean Succar Kuri les pagara a sus abogados.
Pero ésa es otra historia que pronto compartiré con el hipócrita lector.
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Salazar Mendiguchía: el Amigo de Marín y de Kamel Nacif
Otro gran amigo y cómplice de Kamel Nacif fue Pablo Salazar Mendiguchía, ex gobernador de Chiapas, quien ahora buscar entrar desesperadamente a la Cuarta Transformación a través de personeros suyos ligados al presidente López Obrador.
(Salazar Mendiguchía también era muy amigo del prófugo Marín, quien le ayudó a conseguir el título universitario que le estaba haciendo falta).
En una célebre conversación telefónica, dada a conocer por El Universal, el entonces gobernador de Chiapas le ofrece a Kamel un “negocito”.
De ese “negocito” ofreció más datos la brillante reportera Ana Lilia Pérez en una revista llamada Contralínea.
Vea usted:
“El negocio a que se refiere Salazar Mendiguchía es el lugar conocido como el centro nocturno ‘San Remo de las estrellas’, ubicado sobre el bulevar Belisario Domínguez, muy cerca de la zona hotelera y comercial de la capital chiapaneca.
“El Cuarto Poder revela además que hace aproximadamente mes y medio, Kamel Nacif y Salazar Mendiguchía hablaron con el dueño del edificio, el empresario Salvador Constanzo.
“Un grupo de reporteros habló escuetamente con los meseros, quienes aseguraron que Nacif y Salazar Mendiguchía le pidieron a Constanzo que les rentara los dos locales y el estacionamiento por un periodo de cinco años, donde se instalaría un casino de juegos”.
El “negocito” se cayó porque Nacif fue evidenciado por los benditos audios que exhibieron a Marín y a él en una maquinación atroz que hoy los tiene huyendo de la seca a la Meca.
Posteriormente, el 8 de junio de 2011, Salazar Mendiguchía fue enviado a una prisión chiapaneca acusado de desviar 104 millones de pesos.
Para entonces ya no le tomaba las llamadas a su querido Kamel Nacif, quien, cariñosamente, lo llamaba “mi góber”.
No “precioso”.
Sólo “mi góber”.
En esta trama de complicidades, Pablo Salazar también está en el baúl de los recuerdos.
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Murió Ludivino Mora
Me lo presentó el reportero Jorge Luis de León en un restaurante de la 31, cerca de Valle de los Ángeles.
“Luz Divino”, escuché.
Y no dije nada.
Me quedé con esa idea.
(Eran los tiempos de los escándalos de Carlos Cabal Peniche y el célebre “Divino” Rodríguez).
Sólo al final de la charla le pregunté la razón de lo que yo creí su apodo.
—No me llamo Luz Divino, sino Ludivino —dijo entre risas.
Con esas carcajadas con las que siempre celebraba algo.
Fuimos amigos muchos años.
Su generosidad no tenía límite.
Hace poco platicamos sobre su hija Angie, quien colabora en el equipo de Miguel Barbosa Huerta con una enorme eficiencia y talento.
Era su orgullo.
En los últimos tiempos enfrentó una enfermedad que lo ponía al límite.
No obstante, siguió trabajando al frente de la Policía Auxiliar.
Muchas cosas recordaré de mi querido amigo.
Una en particular:
Ésa celebración constante que hacía de la vida.
No se llamaba Luz Divino, pero debió llamarse así por esa luz permanente que lo acompañó a todos lados.
Un abrazo hasta donde estés, querido Ludivino.