La presencia del ex gobernador con Alberto Jiménez Merino deja en claro un mensaje: el marinismo está en campaña
Por: Osvaldo Valencia
Desde temprano, un hombre de baja estatura desciende de una camioneta negra con vidrios polarizados y se dirige a un salón del hotel Posada Señorial en Cholula.
En la entrada, una oleada de priistas espera al hombre que viste de traje azul marino y camisa blanca; muchos esbozan expresiones de felicidad, algunas de asombro; la mayoría, de felicidad.
Muchas manos se estiran para estrecharlas con él; unos buscan la foto, otros sólo un abrazo y compartir algunas palabras.
Algunas son las voces que gritan “gobernador” mientras el hombre de menuda figura ingresa al hotel entre el alboroto del priismo que lo ve llegar.
Toma su tiempo para saludar, abrazar y estrechar manos de los asistentes, quienes lo ven aún como gobernador.
Unos minutos después se encuentra con Alberto Jiménez Merino, al que saluda como lo hacen los viejos conocidos: con un apretón de manos y un abrazo efusivo.
Y es en ese momento, cuando se saludan el candidato del PRI al gobierno y el hombre de menuda estatura, cuando una voz que resuena en una bocina pide darle la bienvenida a Mario Marín Torres.
Por minutos, el evento no parece ser una toma de protesta para los candidatos priistas que enfrentarán un proceso electoral extraordinario, parece más una fiesta de bienvenida para aquel personaje que desde su salida del Ejecutivo estatal operaba desde la sombra.
A ocho años de su administración, pareciera que el mensaje que quiere mandar el priismo poblano con el nuevo escenario político es el de renovación, con el marinismo como cara.
Hace poco menos de un año la operación del góber precioso en la elección sólo era esperada en la oscuridad, salvo en una ocasión cuando apareció en un acto proselitista de su ex secretario particular Ramón Fernández Solana.
Pero con la ausencia de quienes controlaron el escenario político local, el tricolor apuesta a su último líder en la entidad, a pesar de que el fantasma del caso Lydia Cacho y la reapertura de la investigación en su contra acecha de nuevo.
Desde el templete, la mirada de Jiménez Merino busca entre la multitud al último gobernador emanado de las filas del tricolor, quien a ratos es obstruido por los fotógrafos o distraído por las señoras y adultos mayores que le piden una foto. Busca incesante la aprobación del líder, quien a ratos asiente con la cabeza.
Marín entiende la intimidad del diálogo con el candidato, ignora las palabras de su asistente Ramón Fernández Solana, apenas hace caso de los comentarios de Guillermo Jiménez Morales, y ni por error cruza palabra o mirada con Melquiades Morales o con Blanca Alcalá.
“Debemos ser una militancia que reconozca sus principios, que reconozca su historia, que la valore y se sienta orgullosa de ella”, resalta Jiménez Merino, mientras el último gobernador priista asiente y alza el puño.
Al final, Jiménez Merino y los dirigentes estatales y nacionales abandonan el lugar por la parte trasera, mientras Mario Marín se queda con las personas que lo buscan como el último priista gobernador electo.
Desde esa posición Mario Marín se da el gusto de ignorar los cuestionamientos de la prensa por su papel en la siguiente elección, si su presencia en dicho salón representa su regreso de forma activa a la política o sobre su injerencia en Morena en Puebla.
Marín se lleva a la militancia por la puerta de entrada para evitar dar más mensajes que los dados por su ex secretario, pues su presencia con Jiménez Merino dejó en claro el mensaje que se ha dado: el marinismo está en campaña.