Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río
No se conoce con precisión su fecha de nacimiento ni de muerte, pero tuvo una destacada participación en el encuentro de Europa y América, a fines del siglo XV y principios del XVI.
Antón de Alaminos debió haber nacido entre 1484 y 1488 en la villa de Palos, de donde zarparon las carabelas La Pinta y La Niña y la nao Santa María, comandadas por Cristóbal Colón, en aquella histórica travesía del Atlántico en 1492.
Hijo de pescadores, Alaminos participó como grumete en el último de los cuatro viajes de Colón al Nuevo Mundo. Para ello debió haber tenido un mínimo de 14 años de edad y un máximo de 18, por lo que seguramente creció escuchando las historias que los marineros traían del otro lado del mar.
En estas fechas, que marcan los 500 años de la llegada de Hernán Cortés a tierras mexicanas, quizá se escriba poco sobre Alaminos, pese a que su papel en los tres viajes de la Conquista –incluido el definitivo, el de Cortés– fue de actor de primera fila.
El cuarto viaje de Colón, en el que se embarcó Alaminos, fue el único que bordeó la costa continental de América, desde Panamá hasta Honduras, y mostró que había mucho más que explorar que las islas del Caribe.
Fue una travesía de muchos sobresaltos, pues la flotilla de Colón fue sorprendida por un huracán frente a la isla de La Española, entre las muchas peripecias que tuvo el viaje. “Los niños que sobrevivieron a este duro y largo viaje llegaron a la edad adulta en un mismo curso”, describió el especialista en historia marítima Samuel Eliot Morison, en Cristóbal Colón, marino (1955).
“El paleño había aprendido a conocer la reacción imprevista y cambiante de los mares tropicales; a navegar perdido por el Caribe bien a causa de las tormentas, bien por encalmadas tropicales; a reconocer estos fenómenos meteorológicos desconocidos en Europa; a recordar la geografía de memoria por carencia de cartas; aprendió, asimismo, algunas nociones de cartografía en esa escuela flotante”, relata Jesús Varela Marcos, catedrático de la Universidad de Valladolid en El piloto del Caribe (1992), uno de los pocos estudios biográficos sobre Alaminos.
A su regreso de América, el marinero quizá esperó en vano otro viaje de Colón, quien moriría al año siguiente, o quizá se embarcó de nuevo, en viajes que no quedaron registrados en la historia. Lo cierto es que se casó con una mujer llamada Leonor Rodríguez, con quien, de acuerdo con una petición de ella al rey Carlos I –gracias a la cual se sabe algo de él–, tuvo “muchos hijos menudos, entre ellos dos hijas donzellas”.
En todo caso, reaparece en la historia de la marinería embarcándose con Juan Pérez de Ortubia y Juan Ponce de León, en 1513, en un viaje de exploración que lo llevaría del puerto de San Germán, en Puerto Rico, por las Bahamas, hasta descubrir lo que creían que era una isla más y llamaron La Florida.
Durante ese viaje, al navegar hacia el sur por el canal de las Bahamas, Alaminos hizo una observación que cambiaría el curso de los viajes trasatlánticos.
Al ir con viento en popa, notó que su barco, el San Cristóbal, retrocedía en lugar de avanzar. Había topado con la Corriente del Golfo, que parte de Florida y llega hasta las Canarias, y permitiría a los navegantes volver a Europa con mayor velocidad.
“Es la etapa definitiva del lanzamiento de Alaminos como gran maestre de navíos”, escribe Varela Marcos. Y como tal fue conocido por Francisco Hernández de Córdoba, uno de los encomenderos más ricos de la isla de Cuba, quien lo contrataría como piloto de una expedición, en 1517, para traer esclavos de las Islas de la Bahía, frente a la costa de Honduras, una de las paradas del cuarto viaje de Cristóbal Colón.
Una tormenta quiso que la expedición fuera desviada a Isla Mujeres, con lo que a los españoles se les abrió por accidente el mundo mesoamericano.
Hernández de Córdoba y sus hombres bordearon la península de Yucatán hasta Champotón, donde fueron atacados por los indígenas y debieron huir, desorientados. Gracias a la experiencia de Alaminos, encontraron una ruta de regreso a Cuba vía Florida.
El paleño participó en las dos siguientes expediciones hacia lo que hoy es México, la comandada por Juan de Grijalva, en 1518, y la de Hernán Cortés, de 1519.
No le tocaría atestiguar la caída de Tenochtitlan, sino volver a España, recién fundada la Villa Rica de la Veracruz, llevando la Carta de Cabildo (o primera Carta de Relación), fechada el 10 de julio de 1519, además de los regalos que Cortés enviaba al rey Carlos I. Cumplida esa misión, en mayo de 1520 se pierde todo rastro de él.