Disiento
Por Pedro Gutirérrez / @pedropanista
A propósito de los tuits que a diario escribe Vicente Fox erigiéndose como un crítico acérrimo del presidente López Obrador, vale la pena escribir estas líneas. Millones de mexicanos fuimos testigos en el año 2000 de la ola democrática arrasadora que llevó a Vicente Fox a Los Pinos; en aquel año, el guanajuatense había obtenido la friolera de casi 16 millones de votos, con una participación ciudadana de 64% del padrón electoral. Era la primera ocasión que el PRI perdía una elección presidencial. Había ganado todas las elecciones desde la fundación del abuelo del partido tricolor, esto es, el PNR allá por 1929. El hecho fue en sí mismo histórico, pues además de la consolidación de la democracia en México, la alternancia era impostergable y el hartazgo de la gente respecto al PRI era evidente. Claro está que Vicente Fox no caminó solo: junto a él, había un PAN muy fortalecido, con líderes notables que antes habían labrado el camino para la deseada transición.
Fox llegó al gobierno de la república con un Congreso ciertamente acotado, pues en ninguna de las cámaras obtuvo siquiera la mayoría absoluta de los legisladores. El PRI tenía, en alianza con el PRD, mayoría suficiente para poner diques al presidente en cuanto a las propuestas legislativas que aquel formulare.
La expectativa del pueblo para con Fox era inconmensurable. Había construido el proyecto presidencial junto con el PAN, pero más allá del propio partido blanquiazul. La asociación Amigos de Fox le sirvió como vehículo entre la clásica partidocracia y la sociedad civil. El ánimo de cambio fue indescriptible, todos queríamos presenciar una transición a la democracia que comenzara con el desmantelamiento del viejo régimen, abatir la corrupción desde la raíz y diseñar un nuevo acuerdo político que pasara por una mejor relación de fuerzas entre el Ejecutivo y el Legislativo.
Nada de lo anterior ocurrió. Fox impulsó algunos cambios de forma, pero pocos de fondo. Resultaba refrescante ver a un presidente sin tanto acartonamiento, pero menos eficaz y eficiente en los asuntos con contenido. Salvo las iniciativas de ley que envió al Congreso en materia de transparencia y acceso a la información, como en lo referente al servicio civil de carrera, los asuntos de fondo pasaron a segundo término. La reforma constitucional en materia de derechos y cultura indígenas fue drásticamente modificada en el Congreso; la reforma para incorporar al Estado mexicano a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional fue despedazada por la mayoría priista del Senado mexicano, en aras de defender al ex presidente Luis Echeverría. El sexenio no derivó en profundos cambios para el sistema político y ,en general, puede decirse que el país perdió seis años en términos de acabar con el viejo régimen corrupto y autoritario.
Lo anterior viene a colación porque hoy, dieciocho años después, vemos un fenómeno similar con el efecto electoral y político del presidente Andrés Manuel López Obrador. El bono democrático del tabasqueño es incluso superior al de Fox, pues llegó con el aval de 30 millones de votos y hoy, en el marco de su primer semestre de gobierno, goza de una popularidad que linda con 80%. Más allá de filias y fobias con el estilo personal de gobernar de López Obrador, lo cierto es que en temas sensibles como la austeridad o el combate a la corrupción está demostrando mediática y operativamente ir por los temas de fondo que a la población preocupan históricamente. En otras palabras: su gobierno lo inició a tambor batiente atendiendo los tópicos ingentes que el pueblo ha demandado por décadas, por ejemplo, con la reducción de sueldos o el controvertido asunto de la venta del avión presidencial. Puede cuestionarse si es o no rentable la venta del avión, pero la gente percibe que se deshizo de un transporte costoso y que ahora, como la mayoría de los mexicanos, López Obrador viaja en medios de transporte públicos. Lo mismo sucede con los asuntos legislativos: el Presidente no cejó en la decisión tomada tiempo atrás de expedir una ley de remuneraciones de los servidores públicos, mandando un mensaje de austeridad. Lo logró. O crear la Guardia Nacional, la cual consiguió incluso con unanimidad en la cámara de senadores.
Puedo decirme orgullosamente foxista, no sólo por ser panista, sino por haber presenciado y sido parte de esa etapa histórica del México democrático. Pero hay que reconocer que aunque hizo mucho y ganó al PRI, también le quedó a deber a México; ahora, viendo la incipiente gestión de AMLO, puede decirse que hasta envidia provoca, ya que parece estar aprovechando de mejor manera el efímero periodo presidencial. Se trata ciertamente de dos estilos diferentes, y en lo personal prefiero el del guanajuatense, pero no se puede ocultar el éxito que hasta el momento ha logrado López Obrador. Ya veremos qué pasa más adelante… al tiempo.