Un grupo de ocho jóvenes, de entre 17 a 21 años, golpean a otro que cae al suelo. Gritos, golpes y patadas sobre el muchacho que encorva su cuerpo para protegerse de los trancazos propinados en su contra.
Uno de los agresores carga en la mano una botella de tequila Maestro Dobel y le grita que no se vuelva a meter con él. Otro más se acerca y con todas sus fuerzas lo patea, como si fuera un balón, la cabeza del muchacho tirado y adolorido. Esa patada es el remate. No sólo de la violencia sino de la indignación.
Es un video que se viraliza.
Trasciende que el agredido ya está en terapia intensiva y la está pasando muy mal. Surgen las voces de la indignación. Piden los nombres de los agresores. Hay quien, desde una cuenta en X, exige que se dé a conocer el domicilio de los culpables “para hacerles lo mismo a esos…”.
Resulta que dan con ellos, publican hasta los nombres de los padres de unos hermanos gemelos; uno de ellos, supuestamente, es el pateador de la víctima.
Alguien los llama #porkyspoblanos.
Los comparan con aquellos mireyes que violaron de manera tumultuaria a una mujer desprotegida. No se sabe si calificarlos o no de esa forma es parte de la misma violencia que se practica, queda la duda.
En redes sociales, muchos se indignan y no faltan los políticos que salen a decir: “¿qué hemos hecho como sociedad? ¿En qué estamos mal?, ¿dónde fallamos?”.
“¡Bola de hipócritas!”, grita alguien.
Lo contradictorio de la indignación de algunos políticos es que ellos mismos han sido parte de las guerras de odio que se dan en las redes sociales.
En ellos brota la falsedad o la doble moral, porque su campo de batalla ha sido en X (antes Twitter) y algunos de ellos, son los mismos que hacen bulliying contra quien ha perdido; son los que contratan granjas de bots, inventan videos en donde involucran a las familias y en el mejor de los casos usan hasta periodistas para sumarse a esa actitud de #porkypoblano.
Recuerdo un gobernador que atacaba a una alcaldesa por cómo se vestía o cómo estrenaba un peinado, festejaba y reía que le escribieran en columnas periodísticas palabras como “enana mental, la presidenta Pantene etc.”.
Obvio, sólo lo permitía y promovía contra sus enemigos, nunca contra él, su familia o sus operadores más cercanos —su hermanita—. Los correligionarios del mandatario, también festinaban esas guerras y reían como buenos bufones de la Corte.
Uno de los tantos indignados, por ejemplo, se le ha conocido porque en su fraccionamiento ha amenazado a algunos vecinos, en la escuela donde va su hijo, ha amenazado a los instructores de deportes, pero qué tal luce en sus espectaculares, sonriente.
“¿Qué estamos haciendo mal?”, se preguntan en redes sociales, “¿qué hemos hecho para llegar a esto como sociedad?”; piensan, seguramente, que su público es tan tonto que no sabe qué sí han hecho.
Si son los propios políticos quienes promueven las persecuciones a las voces discordantes, las censuras, las denuncias sin ton ni son. Si son ellos los que convirtieron —a las redes sociales— en campo de batalla.
¿Cuántos de ellos no promueven su machismo en su casa? ¿Cuántos de ellos se jactan por su actitud pendenciera y violenta, agresiva, descalificadora, juzgadora?
¿Quiénes son los que hacen las campañas de odio? Ellos mismos, algunos de los indignados.
Se preguntan ¿qué hemos hecho como sociedad? Como si esta fuera una entelequia, como si fuera algo ajeno. Cuando lo que ocurrió el sábado pasado es sólo un reflejo de nosotros mismos y de lo que ocurre en nuestras casas.
No es que no nos indignemos. Para nada. El ver la actitud de los escuincles de la Universidad Anahuac y al parecer del Colegio Americano ofende. Enoja. Desespera. Entendemos la molestia, el rencor social, pero qué tan distinto de lo que se dicen en redes sociales, cuántas veces, los comunicadores hemos sido víctimas de ese bulliying, por nuestros propios pares.
El odio ahí está. Y lo hemos dejado como huellas en nuestras redes sociales, como la parte más horrible de nosotros mismos. No es que no nos indigne. Nos provocó eso y empatía con la víctima, pero seamos honestos: nosotros hemos provocado lo peor del horror.
Somos nosotros mismos nuestros propios verdugos.
Somos una bola de hipócritas.
Nota Benne:
No se preocupen este tundeteclas también es parte de la bola de hipócritas y ha participado en las guerras de odio.