Era un político de medio pelo, ni brillante ni ignorante. Siempre de traje, corbata, una camisa que le apretaba el cogote y que demostraba que había subido de peso pues no podía abotonarse, pues la papada se le desbordaba. A duras penas se colocaba una corbata. Portaba sus zapatos negros, calcetines, nunca sabremos por qué, eran color blanco. De hecho, eran calcetas que le quitaba a su esposa o que tomaba de la lavadora antes de irse a trabajar.
Un día, un gobernador ganó la elección y a este personaje le sonrió la vida. Primero fue diputado local y posteriormente lo hicieron funcionario en un área clave, pero nunca le hizo caso a López Portillo: habría que aprender a administrar la abundancia.
Con la diputación llegaron los excesos, alcohol, de vez en cuando unas líneas de polvo blanco, comenzó a acosar secretarias. Jueves, viernes y sábado se montaba en el potro del alcohol. Algún presidente municipal que se hizo gobernador lo llegó a invitar a las orgías que se armaban en Casa Puebla. Le encantaba estar ahí, desnudo, corriendo con prostitutas y una botella de Blue Label en la mano y que por su mal gusto lo mezclaba con coca cola.
Compró autos de lujo, relojes de más de medio millón de pesos, se separó de su mujer, pero mantenía un acuerdo con ella, sólo aparecerían juntos en reuniones políticas, fotografías, misas los domingos y festivales de la escuela de sus hijos. Cada uno haría lo que se le antojara en privado. Eso sí, vacaciones y viajes al extranjero para la señora y los niños, a fin de evitar un escándalo.
Cuando se sintió poderoso corrió a punta de balazos de su casa a un funcionario del gobierno y, por supuesto, lo corrieron de la administración.
Ganó la oposición conoció la persecución política. Se tuvo que esconder un buen rato.
Pensó que el poder era infinito y comenzaron las investigaciones por parte de la autoridad, contraloría no le dejaba de mandar requerimientos. Ahí supo que si existía un poder absoluto lo contrario era el vacío absoluto, perdió a casi todos sus amigos. Vendió algunas propiedades. Los periodistas lo buscaban, pero no para pedirle favores, sino para entrevistarlo.
Se quedó solo.
Vio cómo el PRI se derrumbaba poco a poco. Cómo ya un grupo de parias se apropiaban de ese partido en el que nació y vivió toda su vida. Ya no tenía a dónde correr. Hasta que apareció la Cuarta Transformación.
Un compadre suyo lo llamó y le dijo:
—Compadre, ¿qué andas haciendo?
—Nada compadre, ando sin chamba y vivo de los ahorros. Le invertí en un negocio y perdí, pero pues ahí ando.
—Déjate de hacerte pendejo, compadre, ¿te acuerdas del Moco?
—Sí, cómo no. Yo le enseñé a robar a ese cabrón.
—Pues ya anda en la 4T y necesita gente. ¡Vamos, compadre! No salgas que te vas a quedar en el PRI hasta que mueras, porque esos cabrones le trabajan allá, nada más fingen.
Y así, este personaje que alguna vez conoció el poder y lo perdió, regresó con un aspirante a gobernador pero por Morena.
“¿Quién?”, pregunta el respetable.
Sólo es cosa de ver quién apoya a cada uno de los que aspiran a ser gobernadores.
¿Cuánta pipitilla cabe en una candidatura a gobernador?