Desde hace unos días, en este espacio periodístico se ha hablado del licenciado Fojaco —quien sí existe — del licenciado Popócatl —quien también existe—. De algunos los matraqueros de los candidatos: periodistas, activistas, sindicalizados, ambulantes y hasta académicos. De alguna matraquera y por ahí perdido hasta de un matraquere.
Ah, por supuesto, también de los periodistas que, de pronto, enarbolaron a María Luisa Albores y, como nunca cuajó esa candidatura, se refugiaron con Alejandro Armenta, al parecer —no nos consta—, por sugerencia de una mujer que acaba de renunciar: la excoordinadora general de matraqueros, para que me entiendan.
Intentamos, quizá no con buena fortuna, hacer una parodia de las cargadas en los tiempos de la sucesión gubernamental. Hay quien ya se sintió retratado y hasta en persona me dijo: “ya pórtate bien” y hasta se justificó conmigo de temas que no debería haberlo hecho.
Se me ocurrió decirle “maestro, nada personal”.
El susodicho, de quien me niego a decir su nombre porque le aprecio y le respeto, remató con “eso dicen todos, no la chingues”.
También definimos, quizá sin conseguirlo, los conceptos foca y foca aplaudidora.
El único fin es retratar ese fenómeno de la desesperación, de la angustia porque quede a quien apoyamos, porque pierda al que atacamos, porque al final, esos intentos de retratos solo son críticas y autocríticas. Yo también he sido matraquero del poder, también he actuado como foca aplaudidora, también he entrado a ese juego de la ansiedad y del quedar bien. No crean que soy un santo, ni lo pretendo ser ni en lo que escribo busco llevar la verdad absoluta.
Honestamente, me da hueva ese discurso ramplón de la verdad, que la verdad, desconozco.
Sigo pensando, a lo mejor de manera ilusa, que el fin del periodismo no es otro más que contar historias e informar o informar contando buenas historias.
Para bien o para mal —aunado al fin de contar historias— entran en juego intereses humanos: personales (amistad, odios y envidias), económicos (empresariales), políticos o de poder.
No es ni bueno ni malo, simplemente es.
Es, como diría Alejandro Jodorowsky, el juego que todos jugamos.
Incluso, aquellos que se dicen poseedores de la honestidad periodística, tienen intereses. Aunque presuman lo contrario juegan un papel. La Jornada es un claro ejemplo de lo aquí planteado.
¿Cómo será el futuro próximo cuando la Inteligencia Artificial intente parodiarnos?
Seguro seremos personajes de la película Calzonzin Inspector de Alfonso Arau (mayo, 1974): el indio Calzonzin —acompañado de Chon Prieto— es confundido con un inspector que llegará al pueblo de San Garabato. Los políticos, empresarios y periodistas por miedo a que descubran sus corruptelas lo tratan como si fuera el presidente en persona, lo pasean, lo llevan de gira, lo invitan a comer y beber como un rey.
Esa icónica esa escena cuando le dicen a Calzonzin que toma un tequila en la cantina de don Fiacro:
—Ya va a venir la prensa.
—Uy, pero no traigo cambio.
Así que no lo tomen personal, amigos matraqueros, focas aplaudidoras, matraqueros estilo Fojaco, que a mi también me tunden en las redes sociales por lo mismo y es parte del deporte nacional.
Ustedes sigan en lo suyo: aplaudan que para eso les pagan. Los lectores no son ningunos tontos, saben bien a quien leer, a quien seguir y por qué. Y hay público de todo y para todo, porque este es el juego que todos jugamos.
Nada personal, y sí, la chingo.
¡Salud!