A 239 días de haber sido nombrado rey tras la muerte de su madre la reina Isabel II, sobre el carruaje estatal del Jubileo de Diamante, acompañados por la Escolta de Caballería Doméstica del Soberano, Carlos III y Camila llegaron a la Abadía de Westminster para el tan esperado servicio de Coronación.
La lluvia no fue impedimento para que, con puntualidad inglesa, se iniciara la ceremonia de coronación donde Carlos III, fue declarado como el único y legítimo rey por el arzobispo de Canterbury, Justin Welby.
Cánticos y fanfarrias dieron paso a que el monarca, con su mano derecha sobre la biblia hiciera el juramento solemne que se ha mantenido por ley en el que prometió reinar con misericordia y mantener con todas sus fuerzas al gobierno, todo con la ayuda de Dios, en una ceremonia que es meramente religiosa y protocolaria de la iglesia anglicana, que marca la separación entre la Iglesia y el Estado.
Rishi Sunat, primer Ministro de Reino Unido fue el encargado de leer “La Epístola” para luego dar paso a la unción por parte de la obispa de Londres Sarah Elisabeth Mullally.
Debido a que la unción al rey es un evento muy privado se colocó la llamada Pantalla Sagrada adornada con árbol cuyas hojas simbolizan a de todas las naciones del Commonwealth; fue entonces el momento en el que despojaron de parte de su ropaje a Carlos III para colocarle en frente, pecho y manos el aceite consagrado en Jerusalén por el patriarca de dicha nación.
Esta parte del protocolo tiene como significado el que el rey pasa a tener contacto directo con Dios, convirtiéndose en su sirviente.
Acto seguido, el caballerizo mayor de Carlos III, conocido como Major Johnny (Thompson), fue el encargado de ponerle la Súper Túnica, prenda que va debajo del Manto Imperial para luego tomar el trono conocido como la silla de San Eduardo –el Defensor de los Necesitados–, que data de 1308 y que ha visto coronar a más de una veintena de reyes y debajo de la que se coloca la piedra escocesa, que se cree tiene poderes divinos y sagrados.
En un hecho sin precedentes, musumanes y judíos fueron los encargados de entregar las regalias que lo distinguen como monarca entre las que se encuentran las espadas y los brazaletes que significan sabiduría; la estola real que fue entregada por su primogénito Guillermo, príncipe de Gales; el Manto Imperial, una prenda que data de 1821; el orbe que se colocó en la mano derecha del monarca, así como el anillo que simboliza el matrimonio entre Inglaterra y la Gran Bretaña; faltaban el guante sagrado, el cetro real además de la vara de la equidad y la misericordia, para dar paso al momento estelar, la corona de San Eduardo que solo utilizará en esta ocasión.
Con un “Dios salve al rey”, fue coronado Carlos III; entre fanfarrias de Straus, en el Reino Unido sonaron las campanas y los cañonazos para anunciar de esta forma a todas sus naciones que ya había sucedido el momento más esperado luego de la muerte de la reina Isabel II, la coronación de Carlos III.
Al ocupar el trono de la autoridad real se dio la entronización y así, el arzobispo se hincó frente a él para jurarle lealtad; su hijo, el príncipe de Gales hizo lo propio y en nombre de la familia de dijo su vasallo y juró rendirle verdadera lealtad para luego tocar la corona y besarlo en la mejilla izquierda.
Ese suceso fue observado a lo lejos por su hermano Enrique quien como un miembro más se encontraba entre los asistentes.
Tocó el turno a Camilia ser coronada. Ella recibió la corona con una sonrisa pintada en su rostro.
Luego, los reyes se retiraron del salón principal de la Abadía de Westminster y volvieron a la misma, pero ya sin las coronas, el obispo de Canterbury dio paso a la oración eucarística con la que se cerraba la tan esperada ceremonia que tuvo un costo para los contribuyentes de Reino Unido de más de 113 millones de euros.
El foco de atención estuvo puesto sobre el príncipe Enrique, quien no formó parte de esta ceremonia y se le vió siempre a lo lejos de la familia real, pero siempre cerca de sus primas; también se dijo que en ese momento regresaría a lado de su esposa e hijos.
Así, y con la lluvia aún presente, se dio el regreso de los reyes al Palacio de Buckingham, en un desfile que lució toda la gala y pompa que merecería un acto de esta naturaleza y que hacía 70 años no ocurría, dando paso al saludo real del Reino Unido y las Fuerzas Armadas a sus majestades.
El momento cumbre de la coronación se dio con la salida de los reyes al balcón a hacer el saludo real a sus súbditos, acompañados de sus pajes, la princesa Ana, los príncipes de Gales, los duques de Edimburgo, los primos de la reina Isabel II, y hasta la hermana de Camila y la mejor amiga de la reina, evento que se coronó con sobrevuelo aéreo de la Fuerza Real Británica, reducido debido a la lluvia que no paró.