La defensa de lo establecido como norma en nuestra sociedad llega a tener tintes irrisorios.

Tan solo las fotografías de un grupo de jóvenes (y no tan jóvenes) usando faldas en las puertas de la Facultas de Derecho de la Universidad Veracruzana, una de las instituciones educativas de mayor prestigio en el sureste del país., causaron escozor entre sectores ultraconservadores.

Les pusieron el dedo encima. Alguien dijo que se disfrazaron para un show, otro que solo hacían el ridículo, uno más que eso evidenciaba su falta de masculinidad, algún otro indicó que se vistieron como “chiquillas”.

Pocos testimonios sirven tanto para contrastar este tema como el de una joven estudiante de preparatoria quien, por allá del año 1994, provocó un cambio en esa misma ciudad.

Gabriela, quien apenas era estudiante de la preparatoria, había llegado a su escuela en pantalón, y para los directivos de aquellos tiempos eso fue un escándalo.

Los padres de Gabriela justificaron que su hija llevaba una pieza de ropa del mismo color del uniforme de los hombres y mencionaron que ella misma lo había propuesto, ya que se sentiría mucho más cómoda con ella.

No tenía que estarse cuidando al sentar, no tenía que pasar frío por llevar las rodillas descubiertas, no tenía que cuidarse de los morbosos y, más que cómoda, se sentía libre.

El hecho ocasionó un debate que llegó a las casas de los más de 500 alumnos de los 3 distintos años en curso, en donde había chicas que también pedían usar el pantalón y dejar la incómoda y apretada falda que pedían por uniforme.

Los directivos insistieron en que era necesario que Gabyvolviera a usar falda, como estaba “mandatado” que debía ser para las niñas. Su familia decía que no, que la ropa no tenía género y que mientras no faltara a los colores y a la decencia de la institución, no había porqué cambiarlo.

El tema escaló hasta posiciones de la dirección de Educación Media Superior, en donde lo encontraron anecdótico, pero ciertamente impropio.

Un comisionado de la dependencia se apersonó y echó discursos sobre la modernidad y las buenas formas, dijo que se permitiría a partir de entonces una pieza que hiciera sentir cómodas a las chicas, sin dejar de lado su feminidad.

A partir del año siguiente, en las tiendas de uniformes, había un llamativo short, que finalmente se quedó hasta nuestros días como única pieza para las estudiantes y que ahora se usa en todos los centros escolares.

Gabriela nunca fue consciente de lo que ocasionó, pero su lucha fue una semilla que germinó. Hoy sigue vigente lo que sus padres le dijeron: la ropa no tiene género y no tiene valor. Ese lo tuvo Gaby y la lucha que dio al régimen de lo establecido.

Máscaras escribe Jesús Olmos