«El Vichy catalán existió», admitió Gerardo Pisarello, el primer teniente de alcalde de Barcelona, en relación a la influencia nazi en la ciudad durante la II Guerra Mundial. Las visitas oficiales de los altos mandos del Tercer Reich, los despliegues de esvásticas en la Universidad de Barcelona y el parlamento, la exhibición de un busto consagrado a Adolf Hitler en el viejo teatro Tívoli y las celebraciones multitudinarias del calendario nazi entre 1939 y 1945 significaron una evidencia incontrovertible.
Dentro de la visita oficial, que documenta con maestría el libro Nazis a Barcelona, l’esplendor feixista de postguerra (1939-1945), de Mireia Capdevila y Francesc Vilanova (L’Avenç, 2017), se recuerda especialmente el desembarco en 1940, días antes del encuentro entre Adolf Hitler y Francisco Franco en Hendaya, del siniestro Heinrich Himmler, Reichsführer de las SS, a quien el ayuntamiento barcelonés recibió con un generoso banquete compuesto por jamón serrano, anchoas, aceitunas sevillanas, hojaldres al parmesán, langostinos de Sant Carles de la Ràpita y timbal de legumbres en el Hotel Ritz —hoy Hotel El Palace—, de la Gran Vía.
La presencia de Himmler en Catalunya estaba estrechamente relacionada con su obsesión por encontrar el Santo Grial en Montserrat. A su arribo al monasterio, a los pies de la montaña mítica, el segundo de Hitler, tras proclamar que «Cristo no era judío» sino «ario», fue recibido por el único religioso en la abadía que sabía hablar alemán: el padre Andreu Ripol, a quien le prometieron una copia con dedicatoria del simbólico Mein Kampf. El fondo de Carlos Pérez de Rozas, el gran cronista gráfico de la ciudad condal en el siglo XX, permitió recuperar una foto en la que Himmler, con ese halo inconfundible de tirano, contempla con una mezcla de repulsión y asombro a la virgen de Montserrat, popularmente conocida como La Moreneta.
Los nazis, que además de antropólogos eran ocultistas, tenían una entidad pseudocientífica llamada Ahnenerbe, cuyo estímulo fundacional residía en buscar reliquias religiosas que les permitieran descubrir los orígenes supremacistas de la raza aria. Convencidos de que el Santo Grial había sido llevado al sur de Francia por José de Arimatea, dueño del sepulcro en el cual fue depositado el cuerpo de Jesús de Nazaret después de su crucifixión y muerte, dedujeron que el cáliz podía haber sido trasladado hasta Montserrat; a través de túneles y pasadizos secretos.
A partir del poema medieval Parsifal, de Wolfram von Eschenbach, que inspiraría la última gran ópera de Wagner, asociaban a Montserrat con Montsalvat, la montaña donde se custodiaba, según la obra original, el Santo Grial, al que se describía como «un objeto tan solemne, que en el Paraíso no hay nada más bello, el todo perfecto donde nada faltaba y que era al mismo tiempo racimo y flor».
Después de visitar el museo de la abadía y advertir, conmocionado, que la momia exhibida de un ibérico de dimensiones considerables se trataba en realidad de los restos de un nórdico, Henrich Himmler, astrónomo y avicultor de formación, partió de la montaña con las manos vacías tras ignorar la vieja sentencia popular: sólo aquellos que no buscan el Grial, lo encontrarán.
Por Ricardo López / @Ricardo_LoSi