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El subcontinente indio es la región geográfica que comprende la mayor parte de la India histórica. En 1947, la partición de la antigua India Británica supuso la división del territorio entre los Estados de India y Pakistán. En el norte surgió Pakistán, un país forjado en el militarismo, la religión y la desconfianza. Desde su independencia se ha caracterizado por su inestabilidad interna y con el paso del tiempo sus leyes se alinearon con los principios del islam. Por el contrario, en el sur surgió India, un Estado laico con una población en su mayoría hindú. Ambos países comparten un linaje histórico y territorial, pero sus diferencias ideológicas, religiosas y culturales los separan. Estas diferencias profundizan un conflicto político y social que siguen vigente hasta nuestros días.
La partición del subcontinente fue una separación violenta y un largo proceso de deshumanización por parte de extremistas hindúes y musulmanes. Debido a los numerosos conflictos étnico-religiosos dentro del territorio, se dispuso a ordenar a la población creando dos provincias de mayoría musulmana, Pakistán del Este y Pakistán del Oeste, actualmente Bangladés. El resentimiento llevó a que se exigiera que todos los musulmanes se fueran a Pakistán, mientras se argumentaba que India debería ser un país exclusivo para los hindúes. El nuevo proceso de reordenamiento fue espontáneo y generó masivos desplazamientos de población según su religión o etnia. Sin embargo, no se logró desplazar efectivamente a la población y el sangriento proceso de migración dio lugar a un genocidio religioso. Cerca de un millón de personas murieron y más de 12 millones de personas se vieron afectadas debido a la creación de las nuevas fronteras.
India y Pakistán continúan desarrollado políticas que se caracterizan por impulsar el rechazo, exclusión y constante amenaza entre ambas poblaciones. El origen de estas políticas se encuentra en el violento proceso de separación del imperio británico y más de medio siglo de miedos y tensiones en la relación entre musulmanes e hindúes. En este contexto, los individuos de un país no solo prefieren a personas de su misma etnia, cultura, religión y nacionalidad, sino que repudian a aquellos que pertenecen a otro grupo. El miedo y la ansiedad de sentirse continuamente amenazados por otros grupos ha desencadenado un contexto de violencia y constante conflicto entre pakistaníes e indios. Los Estados centrados en nacionalismos étnicos y religiosos promueven la discriminación en contra de las minorías y preparan un terreno fértil para la limpieza étnica.
El gran trauma de la partición hizo que los líderes políticos sean muy sensibles en cuanto a temas de unidad. Por ello, tanto en India como en Pakistán prevalece la propaganda, el sentimiento nacionalista y la demostración de fuerza frente al enemigo natural e histórico. Ambos gobiernos hacen un gran esfuerzo por construir una historia diferenciada poniendo en el centro el argumento que el otro país es un opuesto en todos los aspectos. Por ejemplo, en el ámbito educativo, los libros de textos usados en las escuelas públicas contienen inconsistencias y errores, así como falsificaciones y mitos con la idea de construir un pasado independiente. Estos esfuerzos alteran las percepciones que tienen los unos de los otros e impiden la construcción de un dialogo en común.
Los gobiernos de India y Pakistán cultivan una cultura de odio y de alteración de la historia con fatales consecuencias para la población, sobre todo en materia de derechos humanos. La disputa territorial e ideológica permanente condiciona gravemente la geopolítica regional, lastra las economías y amenaza con desencadenar un conflicto nuclear, ya que ambos han desarrollado programas nucleares como mecanismos de defensa. De no fortalecer los lazos e integrar a las comunidades de ambos pueblos, las futuras relaciones indo-pakistanís sentarán las bases para que el terrorismo y los recurrentes conflictos entre hindús y musulmanes imperen en la región.
Por Alessia Ramponi / @aleramponi