Desde mediados del año pasado, una vez que concluyó el proceso electoral local, comencé a escribir en este mismo espacio sobre este tema. Algunos decían que era muy prematuro y hasta descalificaban los análisis. Hoy todo mundo habla… del mismo tema.
En Puebla, ya varios se preparan para buscar una candidatura de las decenas de posibilidades que habrá en 2024. Diputados que quieren reelegirse (locales y federales). Diputados que quieren ser alcaldes. Alcaldes que quieren ser diputados. Diputados que quieren ser senadores. Senadores que quieren ser gobernador, o de a perdida saltar a una diputación y no quedarse sin chamba. Más todos los diputados locales y federales que buscan reelegirse (pueden hacerlo por dos veces). Más toda la bola de personajes que ya buscan “posicionarse” para buscar una de las 217 alcaldías, 26 diputaciones locales, 16 federales, 2 senadurías y desde luego la gubernatura de Puebla. Por todos los partidos y alianzas que contenderán en 2024.
Con tal número de cargos de elección por disputarse, es absurdo que no haya empezado ya el movimiento de centenas de personajes para luchar por una candidatura. En 2023 arreciarán las contiendas internas en los partidos y seguramente habrá convocatorias para asambleas, procesos y… encuestas, para ver quién tiene las mejores posibilidades de ganar en la elección constitucional del primer domingo de junio de 2024.
Y qué bueno que lo hacen, porque en los escasos dos o tres meses que duran las respectivas campañas, es imposible que se den a conocer o que muevan intención de voto, auténticos desconocidos.
Por todo lo anterior ya se mueven también decenas de “consultores” y “estrategas”, “experto en marketing político” para venderle espejitos a los inquietos pre-pre candidatos y diseñarles “la estrategia ganadora”. Es una industria que hoy mueve literalmente centenas de millones de pesos (y hasta dólares, porque muchos de estos vivales cobran en dólares; y si hablan con un exagerado acento extranjero, sudamericano, español o “spanglish”, los precios suben exponencialmente… cuando eran desempleados en sus respectivos países).
Y si con algunas ocurrencias gana alguno de los “asesorados”, el “consultor” pregonará que fue gracias a él y nada más que él (con los datos que ya mucho antes… sabíamos los encuestadores). Y si pierde el candidato, entonces no fue más que culpa de él mismo por no hacer caso a los consejos del “experto”, que tiene experiencia en “más de 500 procesos electorales” (no sé dónde ni cuándo pudiera haber asesorado a tantos, yo creo que en los últimos 100 años). Negocio redondo. Concurso de ocurrencias y metodologías de “ingeniería electoral” (mapacherías, les decimos en México).
Desde luego que los precandidatos deben buscar darse a conocer y hasta tener buena asesoría en comunicación, nadie lo puede dudar. Pero estoy convencido que un mal candidato no mueve intención de voto aunque lo venga a asesorar Bill Clinton o Barack Obama. Y la naturalidad de un buen candidato, conocido porque toda su vida ha sido pública y apoya a la gente en su región aunque no sea campaña… gana sin necesidad de los vivales que llegarán seguro a venderle “lo último en estrategias de campaña”.
En los 23 años que tengo midiendo opinión pública en forma profesional en todo el país (y casi 30 analizando campañas políticas), he comprobado que no existe mejor estrategia para un candidato que recorrer durante años su territorio, apoyando a la población y nunca abusando de ella. El mejor diseño de “slogan”, vestuario y “manejo de redes” valen gorro si el personaje es un abusivo, manipulador, mentiroso y aprovechado de la necesidad de la gente humilde.
Así que prepárense. Comienza la batalla electoral que culminará en junio de 2024. Reitero por milésima vez: Esto queríamos. Y prefiero también mil veces que las contiendas políticas se resuelvan en las urnas y no a balazos.
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