Dicen los que saben que el mayor fracaso en la vida de un político es no darse cuenta, en lo público y en lo privado, que ha cometido un error.

Los hay en todos los espectros ideológicos del mapa político nacional, azules o rojos, verdes o guindas; de derecha, centro e izquierda.

Un ejemplo muy claro es la alcaldesa Claudia Rivera Vivanco. Su perfil joven, sus propuestas frescas y su articulación discursiva llamaron la atención de miles de poblanos que creyeron en ella como alguien apartado de los distintos grupos, tanto del poder político como del poder económico.

Claudia dijo que tenía un plan para rescatar a la ciudad, y lo repitió y repitió, subida en los vientos de cambio que anunciaba la compaginación de la elección presidencial.

La entrevisté la noche del triunfo afuera de la Fiscalía General y ofrecía renovación, firmeza y un gobierno que no evadiera la realidad, pero Claudia decepcionó desde antes del día uno, cuando anticipaba perdón y olvido al grupo político que colocó al exalcalde y que fue señalado ampliamente por descomunales desfalcos a las arcas.

Claudia también traicionó a los suyos, cuando en una jugada de sus gurús y asesores, acudió a convalidar al grupo político que la noche anterior cuestionaba. Traicionó a su partido, a sus seguidores, a los miles de votantes, a sus compañeros y a los ideales pregonados en su primera campaña.

Se tomó la foto con quienes tomaron el poder en lo oscurito, valiéndose de argucias legaloides de un Congreso a modo y en medio de una elección violenta, bañada de carretadas de dinero y con el dedo del oprobio apuntando a otra parte.

Después, entre pésimas decisiones y una hipocresía revelada por tramos, Claudia se hundió. La mujer que prometía una ciudad a la altura se derrumbó junto a su credibilidad y del partido que la llevó al poder.

Acompañada de una pésima estrategia de comunicación de su primer vocero, conjuntó todos los escenarios para un desastre.

Dijo que protegería a las mujeres y protegió sus a violentadores; dijo que atendería calles y heredará más baches; dijo que desterraría al morenovallismo, pero les puso un apuntador directo a las decisiones importantes y se hizo de la vista gorda con sus jugosos negocios y tratos manchados que dieron miles de pesos a unos cuantos. Evadió atender el ambulantaje, no para desterrarlo o pisotearlo, sino para ordenarlo y hacerlo una opción viable en un contexto sanitario doloroso. Se bañó de excusas, se envolvió en la bandera del victimismo y desde su oficina donde escucha ópera a todo volumen, se cerró a la realidad.

En sus hombros cargó la derrota electoral consecutiva en la zona metropolitana y, entre todos esos traspiés, sigue sin darse cuenta de sus gigantescos errores.

Su mensaje, en el que afirma que 3 años son un buen principio, ocurre como un caso similar al del diputado federal, Mario Riestra Piña, ambos en puntos opuestos del espectro ideológico, se han mordido la lengua muchas veces y pareciera que no hay nadie en su entorno que se los diga.

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@Olmosarcos_

Máscaras escribe Jesús Olmos 

 

 

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