Entre todas las coincidencias que he hallado en Santa María, descubrir a José Santiago León Callejas ha sido una de las más afortunadas. Casi no hay información registrada sobre este ilustre personaje excepto la que por fortuna su familia me ha narrado. A continuación les revelaré mis hallazgos, incluyendo algunas fotografías que capté en su estudio intacto de Santa María la Ribera. En este caso, considero que los objetos y el legado del escultor nos ayudan a reconstruir mejor lo que fue de su hasta ahora desconocida existencia.
Nació el 25 de julio de 1892 en Xalapa, Veracruz. Uno de sus hijos me contó que desde muy pequeño manifestó su talento artístico, y cuando tenía unos ocho o diez años dibujó un billete con tal maestría que lo acusaron de haberlo falsificado. La noticia llegó hasta el gobernador, don Teodoro A. Dehesa, quien también cuestionó la autenticidad de la obra, y lo llamó a su despacho para resolver el misterio. Cuando se presentó ante Dehesa, éste le pidió que hiciera una réplica del billete. El niño Santiago León no sólo volvió a trazar con ingenio su dibujo, sino que esta vez sustituyó la imagen correspondiente por un retrato del propio gobernador. Años después de ser testigo de sus aptitudes artísticas, se le ofreció una beca para estudiar en la Academia de San Carlos, donde coincidió con Diego Rivera. Según me contaron, debido a su traslado a la capital mexicana, se distanció de su familia que estaba conformada por 32 hermanos.
En la Ciudad de México habitó una casona del barrio que data de principios del siglo XX, probablemente una de las más antiguas en la zona que aún se mantiene en pie. Se sabe que por algún tiempo la familia rentó dos de las tres habitaciones del tercer piso. Uno de los inquilinos fue José Rea, violinista y organista de la iglesia de los Josefinos, ubicada en la calle Santa María la Ribera 69. La segunda habitación perteneció a un cantante de misas. La última fue el estudio del artista, donde según recuerdan sus familiares, “se la pasaba encerrado escuchando el box en la radio”. Nadie conoció el espacio más que el artista e incluso permaneció intacto desde su fallecimiento hasta poco después del sismo del 2017, debido a que se entró a revisar los daños causados por tal acontecimiento. Entre los objetos que se hallaron estaba el último busto en el que trabajó, pequeñas esculturas, pinturas, libros antiguos, un caballete y algunos de los pigmentos que utilizó en sus creaciones. Toda la habitación estaba tal y como el artista la había dejado, lo cual despertó mi curiosidad por visitar el espacio.
Unas semanas después, la familia de Santiago León me abrió las puertas de la antigua casa. Al entrar al estudio noté algunos de los objetos curiosos. En el fondo había una pequeña ventana que dejaba entrar una luz extraordinaria que se extendía por toda la habitación. Los pigmentos de vibrantes colores reposaban entre el polvo centenario y algunas herramientas cuyo uso desconocimos. Personalmente, el busto destruido fue lo que más llamó mi atención, por lo que decidí acercarme para contemplar sus restos. Entre las piezas rotas estaba una cabeza femenina que me pareció familiar, pero no dije nada. Mi emoción creció al encontrarme con el resto de la escultura, pues, aunque las letras estaban algo fragmentadas, no había duda alguna: se trataba de un busto de María Enriqueta Camarillo. Los presentes desconocían si el artista había cruzado su camino con la escritora que alguna vez fue nominada al Premio Nobel de Literatura. A mí me gusta pensar que sí y probablemente sea cierto, pues sabemos que el escultor formó parte de la vida intelectual de Santa María.
Alrededor de la habitación también reposaban otros bustos expresivos de rostros sin nombre. Particularmente, dos de ellos resonaron en mi memoria. El primero era un hombre viejo coronado con un sombrero típico de la época, de abundante barba, cejas pobladas, poco cabello y nariz ancha, todos estos rasgos que me recordaron a la apariencia de Gerardo Murillo, mejor conocido como Dr. Atl, y también vecino del barrio. La casa de León está ubicada justo en la esquina de las antiguas calles Magnolia y Pino. Sobre ésta última, a unas cuadras de distancia, Murillo tenía su casa, por lo que no sería extraño suponer que estos dos personajes se conocieron o por lo menos transitaron por la misma acera alguna vez. La segunda cara era más pequeña y singular, ya que sobre los rizos de aquel hombre descansaba la mano y el cuerpo desnudo de una mujer que parecía acariciar su pensamiento; los cabellos, las cejas, la barbilla y el bigote me hicieron pensar en el poeta Salvador Díaz Mirón. Curiosamente, hay otra calle en Santa María que lleva el nombre del escritor, sin embargo no he encontrado indicios de que haya vivido en el barrio. Lo que sí hallé más adelante fue un breve artículo sobre las obras de Santiago León que confirma su autoría de un busto de Salvador Díaz Mirón ubicado en la Calzada de los Poetas, aunque no es la misma pieza que reposaba en el estudio.
Mientras exploraba el estudio de León, uno de sus familiares me dijo que también había sido autor del busto de don Agustín Aragón, que se encuentra en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón de Dolores. Seguramente, no es coincidencia que se le hubiera encargado esta pieza a León, pues ya también nos habían contado que él y su esposa frecuentaban las tertulias que organizaba Aragón en su casa, donde las discusiones en compañía con otros artistas e intelectuales llegaban a durar horas. Respecto a esto, en un artículo escrito por don Filemón de Portilla en el periódico “El Universal”, fechado el 28 de agosto de 1955, hay una mención de la obra de León que dice lo siguiente:
Quien haya conocido al maestro e ingeniero Don Agustín Aragón en los últimos años de su vida y al visitar su casa de Pino 215, ahora convertida en activo centro de cultura, no podría menos de sentir una intensa y vigorosa emoción al encontrarse en la que fue su sala de recibo; en una de las esquinas, el busto vaciado en yeso que modeló un escultor modestísimo cuyo nombre es apenas mencionado, Santiago León, porque esa escultura tiene una expresión tan viva y tan noble, un gesto característico que más que provocar la habitual calificación de “está hablando” obliga a exclamar “está vivo”. No es un retrato, es una síntesis, una composición de lugar y tiempo, y en ella Santiago León puso un amor, una devoción y una comprensión tales que, en el futuro, quien sin saber llegara a contemplar este busto, inmediatamente diría, “he aquí a un pensador”.
Y es verdad que las piezas que logré observar dentro de su estudio congelado en el tiempo parecen estar tan vivas como los materiales, lienzos y libros que componen el cuarto. Gracias a estos últimos me es posible intuir que a Santiago León le interesaba la historia de México, pues entre los libreros había una sección de títulos históricos como un primer tomo de “México a través de los siglos”, “Historia Patria” de Guillermo Prieto o “Compendio de la Historia de México” de Luis Pérez Verdía. En otro librero, alcancé a ver una colección de artistas clásicos como Rubens, Tiziano, da Vinci, Fra Angélico, entre otros. En una de las esquinas había un mueble de madera con puertas de cristal que dejaba entrever los lomos de otros ejemplares relacionados a la escultura; en el segundo entrepaño había libros de Nervo, Díaz Mirón, Manuel José Othón y un ejemplar de “Sor Juana Inés de la Cruz en su época”. Por último, junto a la puerta, había una repisa con libros de geometría, perspectiva, anatomía, dibujo y cuestiones técnicas de la escultura.
Al parecer, el estudio de León también funcionó como su biblioteca personal y, evidentemente, era un hombre culto en muchos campos. Parte de su sabiduría, de su pensamiento y de sus concepciones estéticas quedaron plasmadas en una publicación gráfica-literaria fechada en 1955 bajo el título “Lo grato y lo desdeñable: comentarios sobre cosas de nuestro medio con sus verdades y sus mentiras”. Considero que este texto es una ventana a la mente del escultor, ya que plasma, acompañadas por aguafuertes originales, algunas de sus ideas, memorias e incluso sueños. El prólogo de la obra fue realizado por el historiador y escritor Jesús Romero Flores, quien escribe lo siguiente: “Fiel a un concepto superior del arte pictórico y consecuente con la misión que como maestro se ha impuesto en la vida, el artista, José Santiago León Callejas entrega, para deleite y enseñanza de cuantos lo vean, un primoroso libro de grabados[…] una variedad de temas da el asunto a sus cuadros; desde el tema sentimental que se inspira en los recuerdos de su madre y de su infancia, hasta los argumentos de tipo social, educativo, internacional; todos los desarrolla con igual maestría, con la misma vehemencia de un alma que desea ver transformado un mundo de miserias, de lacras y de injusticias en un mundo nuevo de confraternidad y de dicha”.
Una de las maravillas que logré extraer de dicho texto fue el ex libris del autor, representado por un caballero águila y su escudo formado por un cráneo, dos floretes, un collar de jade y un corazón que para él “unidos forman un todo extraño, que yo le llamo ‘humilde escudo’; sin embargo me conforta, me anima, me hace meditar y me conduce a que no defraude los pensamientos con los que nací”. Respecto al escudo, la familia recuerda que existió físicamente y, aunque el corazón está perdido, aún se conserva el cráneo y posiblemente los florines. Por último, quiero destacar un grabado sobre el origen de Canción Mixteca, que de acuerdo al autor “inspiró el presente comentario cuando, por primera vez, fue tocada por mi estimado amigo, Lopitos, en el cuarto número 78 de la Casa del Estudiante”.
Adicionalmente, la familia me comentó que Santiago León fue grabador oficial de las publicaciones que el INAH hizo de las excavaciones arqueológicas de Teotihuacán. También me mostraron una pequeña escultura que su autor registró en el certamen convocado por el periódico Excélsior en 1948 con el fin de levantar un monumento en honor a las mamás mexicanas y que hoy se conoce como “Monumento a la Madre”. El resto de la casa evidencia el paso del artista, pues además de los cuadros, bustos y esculturas que adornan las estancias, decoró algunos elementos del inmueble como el barandal de la escalera. Actualmente, su bisnieto, quien seguramente heredó sus dotes artísticas del pasado familiar, trabaja en la restauración de la casa y organización del estudio. Sin duda alguna, estaré atenta a los futuros descubrimientos, porque sabemos que esta historia no termina aquí. En general, pienso que las obras de León Callejas fueron creadas con lujo de detalle y significados profundos. En conjunto con el contenido de su escrito, percibo a un hombre sensible que, con gran respeto y apreciación por la naturaleza, logró extraer fragmentos de su memoria que hoy nos ayudan a reconstruirlo, pues como él mismo expone en su obra escrita “así pasan también las escenas del pensamiento, veloces cruzan fronteras inmensas, presentando historias de hechos de antaño y hogaño, formando una cadena de eslabones interminables: inocencias, alegrías, amores, encumbramientos, dolores, desesperaciones, decepciones, fantasías, delirios, resignaciones, y todo ello, descifra sin duda una vida…”.
Por Karla Ceceña / @karlaccna