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El Stadio Olimpico, casa de los dos equipos romanos, se divide en varios sectores, pero destacan los dos ubicados detrás de las porterías: de un lado la llamada «Curva Nord», donde se reúnen los ultras de la Lazio; del otro, la «Curva Sud», donde lo hacen los de la Roma. El mayor ídolo de la Curva Sud es, sin duda, Francesco Totti, un estandarte de la ciudad a la par del Coliseo o la Fontana di Trevi, si le preguntas a un tifoso giallorosso. Pero antes de Francesco hubo otro nombrado por ellos como Il Capitano, porque no había nadie arriba de él: Agostino Di Bartolomei.

Romano y romanista, Agostino Di Bartolomei debutó con la Roma a los 18 años en el Giuseppe Meazza contra el Inter, en 1973. Pronto se ganó el cariño de la «Curva Sud», quienes lo reconocían como un embajador dentro del campo. Se trataba de alguien que había estado con ellos en las gradas. Después, en 1975, salió cedido al Vicenza de la Serie B para ganar minutos, regresando al año siguiente para ponerse de nuevo bajo las órdenes del sueco Nils Liedholm, integrante del «Gre-No-Li»* del Milan, con quien Ago no sólo se identificaba como jugador, sino que ambos eran grandes aficionados al arte.

Liedholm salió en 1977 al Milan y en su regreso, dos años más tarde, se encontró una Roma encabezada por Di Bartolomei, a quien pronto le dio el número 10, la cinta de capitán y convirtió en central. Sonaba raro en un inicio, ya que Ago era uno de los mediocampistas más talentosos del fútbol italiano en ese momento, pero el tiempo le dio la razón al sueco. Ahí empezó la época dorada de la Roma. Ganaron tres veces la Coppa Italia y una Serie A, lo que les dio el pase para disputar la Copa de Campeones de Europa, una alegría que terminaría en tragedia para Di Bartolomei.

En ese momento, Ago ya era reconocido como un ídolo de la Roma por la «Curva Sud» y un líder en el vestidor por sus compañeros. Era callado, pero no necesitaba hablar para mandar. Era quien se sentaba con los directivos a tratar cualquier tema.

Volviendo a la Copa de Campeones, la Roma tuvo un gran torneo y llegó a la final con Di Bartolomei jugando de mediocentro por una lesión de Carlo Ancelotti. El rival sería el Liverpool, el 30 de mayo de 1984, en el Stadio Olimpico. La ciudad eterna era una locura, soñaban con ver a su equipo ganar en casa. Ago salió acompañado por Falcao y Cerezo en el medio. El partido terminó 1-1 y se fueron a penales. Di Bartolomei, como buen líder, pidió el primero, tomó poco vuelo y marcó, pero terminarían perdiendo, y ahí comenzaron todos los problemas para el capitán romano.

En el vestidor le reclamó a Falcao, quien, siendo una de las figuras, no quiso patear un penal. A los días se anunció que Liedholm no iba a continuar y su lugar lo tomaría otro sueco, Sven-Göran Eriksson, quien desde su llegada dejó claro que no contaba con Ago; algo irónico, ya que una de sus ideas más recordadas fue convertir a Sinisa Mihajlovic en central cuando dirigió a la Lazio, como Di Bartolomei.

«Me han robado mi Curva» repetía Ago sin entender el por qué lo obligaban a separarse de su Roma y su gente. Liedholm regresó al Milan, le habló a Di Bartolomei y este aceptó sin pensarlo dos veces. Necesitaba un equipo nuevo y qué mejor que en la casa de su segundo padre y con él.

Inició la temporada y llegó el momento de enfrentarse a su Roma, partido que ganaron y marcó, pero lo más recordado fue su festejo, como nunca se le había visto. Era una persona reservada, pero más que la emoción del gol fue la necesidad de gritárselo a aquellos que lo echaron de su equipo, algo que con el tiempo entenderían los tifosi romanos, pero que en ese momento sintieron como una traición. Después, lo recibieron con abucheos en el partido de vuelta en el Stadio Olimpico y rompieron a Ago por dentro.

Posteriormente, Silvio Berlusconi llegó al Milan y con él vinieron muchos cambios que significaron la salida de Liedholm y, por ende, la de Di Bartolomei. Primero fue al Cesena en Serie B y después al Salernitana, en Serie C1. Ahí volvió a sonreír, se volvió a sentir querido, llevó al equipo a la Serie B con un gol en la última jornada y después anunció su retiro, harto de las injusticias de las que había sido víctima en el fútbol. Por su carácter y temas ajenos al juego, jamás fue considerado para vestir la playera de la selección italiana, siendo conocido como «el mejor jugador italiano que nunca jugó con la selección». Tras su retiro, siguió viviendo donde acabó su carrera, en la provincia de Salerno, en Castellabate, un pueblo de pescadores al sur de Italia. Allí se encuentra escrita la frase Qui non si muore —«Aquí no mueres»— del mariscal napoleónico Gioacchino Murat.

Desde ahí, siempre intentó regresar al fútbol, en especial a su Roma, donde hubiera sido muy útil en cualquier puesto por todo lo que representaba para la institución. Pero nunca se dio. Fue algo que afectó a alguien que decía tener uno de los mejores trabajos, porque el fútbol lo divertía y se divertía trabajando. Olvidado por el fútbol, el 29 de mayo de 1994 cocinó una cena para sus amigos y familiares, salió a dar un paseo con su esposa Marisa con el Mar Tirreno de fondo y se fueron a dormir. La mañana siguiente, justo diez años después de la final contra el Liverpool, un fuerte ruido despertó a Marisa. Lo encontró muerto con una herida de bala en el pecho. En sus bolsillos, una carta suicida para su mujer y tres fotos: una de su familia, una de un patrono romano y otra de la «Curva Sud».

Nota de autor:
* «Gre-No-Li» es la contracción utilizada para referirse a la legendaria delantera del AC Milan de los años cincuenta, conformada por los delanteros suecos Gunnar Gren, Gunnar Nordahl y Nils Liedholm.

Por Guti LaQuinta / @Gutila5ta