“Se le colgó del cuello con los brazos inertes, dejó caer todo su peso. No hubo fuerza, ninguna resistencia, nada la sostenía. Así se siente la muerte en este México”.
Lo anterior, fue uno de los testimonios que recogió este reportero del abrazo que un sacerdote dio a una madre que había pedido a su hijo por una balacera en los tiempos más crudos de la “guerra contra” el narco en 2011.
El recuerdo viene a colación, para refrescar la memoria por los tiempos en los que la realidad que vivía la población civil como efecto de la espiral creciente, se escondía detrás de un delicado velo.
Desde aquellos años se empezaba a contar una andanada de horror que no ha parado. Bien lo muestran las gráficas sobre decesos en el país: un incremento exponencial con Felipe Calderón, la propagación con Peña Nieto y la tragedia que no se detiene con López Obrador.
Muchos quizás no lo recuerdan, pero pasamos de las balaceras aisladas a contar los enfrentamientos en primera persona. Luego nos acercamos al terror de los cuerpos mutilados o acribillados en las calles de poblados cercanos y ciudades en las que vivimos, y al poco tiempo, nos aterrorizarnos con la fuerza del estado que despezaba por igual a capos y a civiles. En todos los aspectos de nuestra vida se hizo cotidiano el relato histérico.
La plataforma Netflix ha sido un eco de todas estas historias que eran guardadas bajo la llave del miedo y el silencio cómplice. Ahí se vierten, con sus asegunes, pequeños trozos de una realidad rota y resquebrajada.
Conocimos la vida de 2 jóvenes estudiantes y como después de asesinarlos vilmente intentaron mancillar su honor asegurando que iban armados “Hasta los dientes” en Monterrey.
La desesperación se apoderó de nosotros, junto al martirizante calvario judicial que exhibe “Las tres muertes de Marisela Escobedo”, hasta que la activista fuera asesinada a las puertas del Palacio de Gobierno en Chihuahua.
Ahora con “Somos”, vemos un pequeño alcance al boquete causado por la infiltración de grupos criminales como sujetos de interacción social en nuestras comunidades.
Y todavía siguen por ahí, Rodrigo Medina, César Duarte y Humberto Moreira, ajenos a la culpa por convertir la vida cotidiana de sus entidades en este eco maldito.
La historias hablan de hechos ocurridos en Nuevo León, Coahuila y Chihuahua, 3 de las entidades que peor vivieron el drama de la guerra fallida, mientras Felipe Calderón, el principal responsable en toda esta tragedia, se esconde entre las enaguas mientras ve caer a otro de los corruptos guarros que lo acompañaron cuando se creía el todo poderoso.
@Olmosarcos_
Máscaras por Jesús Olmos