Quizás una de las fuentes más oscuras de cubrir en el periodismo, es la que toma las riendas caído el sol cuando la tinta se convierte en roja.

A mediados del 2013, en aquella entidad se gobernaba en total ausencia del estado. Tras sufrir 2 de los Gobiernos más indolentes de la historia de nuestra República, uno de los pueblos más alegres del país era brutalmente desinformado.

No era una acción deliberada del periodista quedarse callado por sumisión al poderoso, es que era realmente complejo el trato, la amenaza, el miedo, la exigencia del sesgo, la pelea, los burdos rivales y se intimidaba sin medias tintas, algo parecido al plata o muerte.

Los grupos de la delincuencia dejaban mensajes por doquier, con cuerpos ensangrentados justo frente a las reuniones de Fiscales y el propio Presidente, mientras escuadrones de muerte daban la nota a nivel internacional y la sonrisa socarrona acaparaba las portadas de los periódicos.

El periodismo rojo dejó de existir. Por las noches ya nadie quería cubrir ni accidentes viales, todos tenían miedo de contactar a la fuente incorrecta y terminar desaparecidos como varias decenas habían sido callados en los últimos años.

Hacían falta quienes contaran esa realidad, la desesperación del accidente automovilístico de un grupo de jóvenes ebrios a exceso de velocidad o la dureza de ver al adulto mayor atropellado al regreso de su jornada laboral en las avenidas principales.

Porque la nota roja era eso, hasta antes de la andanada violenta que llegó con el ocaso del 2006, que siguió para el 2012 y que no ha podido desaparecer hasta nuestros días.

Entre los compañeros comentaban siempre que para ser periodista de nota roja había que tener estómago, había que saber andar entre cadáveres, explorar su aroma, familiarizarse con los rostros largos, las lágrimas, sollozar en silencio con el dolor de los familiares y, también, había una parte jocosa, cuando tocaba ser un trasgresor de las nefastas líneas de policía.

Poco y nada se ha dicho de las víctimas de aquella masacre informativa. Desde voceadores pueblerinos cuyo periodismo se fincaba a la par de otros oficios, pasando por quienes hurgaban en la entraña de la organización delincuencial y se los tragaba la tierra, hasta terminar con los chismosos de calle o que traían prendido un radio conectado al de las policías y cachaban cada suceso, que vimos con los ojos morados sin vida.

Voces que quedaron calladas al amparo de los poderosos perversos, los hombres que habían visto demasiado, la página roja que escribieron sus vidas y lo que tuvimos que pagar todos por las almas perdidas.

Estrujaba el relato de la noche en que habían levantado a uno y había que contarlo por la mañana, mientras el gobernante ataviado en traje con corbata roja, decía que en ese sitio nunca pasaba nada.

Si hacer prensa es escribir el primer borrador de la historia, cuántos y cuántos personajes se habrán comido los trogloditas.

 

@Olmosarcos_

Máscaras escribe Jesús Olmos