El domingo por la mañana desperté y había pastel en la casa. Como en los recuerdos de cuando era niño y jugaba a ser el delantero de Cruz Azul, vi a lo lejos una piñata y casi me saboreo los dulces. La mesa servida con platillos que me encantan era la confirmación, aunque yo cumplo en febrero, seguro este era el día de mi no cumpleaños.
Claro que no hubo las acostumbradas mañanitas ni mariachi o hasta trío, como alguna vez nos sorprendió mi papá, pero había algo en el día que me indicaba que era festivo y que algo iba a suceder.
A las 8:15 de la noche, justo después de cubrir un deslucido debate y de adelantar las páginas del periódico del lunes, me senté frente a la tele a sufrir. Nada podía salir mal, esta vez no, en el día de mi no cumpleaños algo muy grande se estaba por cumplir.
“23 años 5 meses y 23 días, 8 mil 575 días, 205 mil 808 horas después, al fin se termina con la penumbra”, escuché frente a la tele, arrodillado.
No eran pocas las veces que en el mismo sitio terminaba uno de estos días triste, melancólico o desecho, por eso hay una historia de perseverancia y consistencia detrás de lo que viví, este domingo, en el día de mí no cumpleaños.
Uno aprende más en la derrota sobre la vida, sí mismo y la inteligencia emocional, sobre la capacidad de manejar los momentos adversos y sobre la valentía para nunca ocultar el rostro ni esconder la cabeza.
Habiendo vivido 33 años, supongo que más de 25 de amor incondicional, es innegable que a uno se le meten en el alma los sentimientos por colores, símbolos; sus significados trastocan la más profunda humanidad.
Era el día de mi no cumpleaños y estaba permitido salir a la calle de madrugada para abrazarme (aunque sin contacto) con cientos de desconocidos que bailaban la misma pieza que yo.
Corrimos de un lado a otro agitando lo que hubiera en las manos, juntos empujamos un camión para que llevara el ritmo de la victoria y al final de todo ello, volvimos a casa dejando tirada una desconocida carga.
Pocas veces me sentí tan acompañado de gente a la que no conozco, que tampoco me conoce y que celebró conmigo el día de mi no cumpleaños en una fiesta a la que asistí solo, pero inmensamente feliz.
Abuelitas sonriendo y gritando, padres abrazados de sus hijos, hermanos brincando amarrados en medio de la sala, videollamadas con los seres queridos a la distancia, novias grabando a sus novios en la cúspide de la felicidad, llanto amordazado, gritos despavoridos, carreras ilógicas a ningún lugar, lluvia de mensajes sin leer, textos virtuales por toneladas, cruces y vírgenes besadas, cientos o quizás miles de miradas al cielo y otras tantas formas de hacer declaraciones no textuales de felicidad.
Si tú te sentiste así, este texto es una invitación a reconocerte, “no se puede vencer a quien no sabe rendirse” y tú nunca te rendiste y, como yo, el domingo, le pusiste una estrella a tu tesón.
@Olmosarcos_