Diego Armando Maradona puede ser considerado el mejor o uno de los mejores futbolistas de la historia, pudo haber ganado la Copa del Rey, un título con Boca Juniors, dos scudettos con Nápoli, una Copa UEFA, una Supercopa de Italia y hasta la Copa del Mundo de México 1986, pero su mayor logro fue reencontrarse consigo mismo en 2018.

Ya alejado de las adicciones que enterraron su carrera como futbolista, el ‘Pelusa’ fue contratado como técnico de los Dorados de Sinaloa, equipo del Ascenso MX -ahora Liga de Expansión MX-. No faltaron los “qué ridiculez traer a Maradona”, “Diego nunca ha sido un buen DT”, “va a hundir más a Dorados”, “La va a pasar bien en Culiacán con tanta droga”.

Pero para fortuna nuestra, fue lo contrario. El cierre de la serie ‘Maradona en Sinaloa’ es sencillamente brutal. Ocyé Leal, jefa de prensa de Dorados es contundente: “La misión de Dorados este año era ayudar a Diego, era regresarlo a una vida dentro de lo común”. Independiente de que las cámaras eran la sombra en cada entrenamiento y partido, vimos a un Diego terrenal, tan humano como nunca antes, llorando por una derrota, pateando una hielera por una expulsión, bailando en el vestuario a pesar de sus rodillas echas pedazos, siendo un amigo, un padre o hasta el más tierno de los abuelos.

Estábamos acostumbrados a ver al Diego Armando Maradona futbolista, aquel que hacía magia con la pelota, aquel que desparramaba a tanto inglés, pero al mismo tiempo distante de la prensa, en constantes escándalos extra cancha, altanero, grosero y con infinidad de problemas de alcohol y drogas.

Durante los ocho capítulos vimos otra imagen y es que Diego pudo ser él. Maradona se reencontró con aquel ‘Cebollita’ que soñaba jugar en el Mundial para la Albiceleste, ser campeón en la ‘octava’ argentina.

Ni en mis tres minutos como futbolista ni en mis casi 15 como periodista, había visto a un técnico que transmitiera lo que Maradona le dio al vestuario de Dorados. Con su sola presencia, con el beso y apapacho antes del entrenamiento, con la cumbia previo y post partido. Diego reconcilió a una familia, le devolvió la pasión a futbolistas invadidos de apatía y condenados al fracaso.

Jamás imaginamos a ese Diego Armando Maradona humilde, siendo el papá de sus pollitos en Dorados, saludando uno a uno, llegando al entrenamiento en un Camaro pero siendo el más sencillo entrenador que ha pisado Culiacán. “En Dorados encontré gente a mi medida”, confesó el Barrilete Cósmico.

“No importa el bien que yo haga, todavía me siguen juzgando por el mal que hice”, y con ello tuvo que lidiar hasta su último día; sin embargo, el cambio que hizo en la vida de muchos futbolistas de Dorados fue de raíz y yo prefiero quedarme con la imagen del verdadero Diego Armando Maradona, ese que retrató el arrepentimiento, el dolor, la frustración y que a pesar de haberle quedado secuelas evidentes de sus malas decisiones, contagió no solo a un club, sino a toda una ciudad con su alegría, humildad y ejemplo.

 

¡Grande, Diego!

Por Alfredo González

@AlfredoGL15