El derecho a la libre expresión es considerado una libertad individual que se utiliza bajo el pretexto de propagar discursos de ciertos colectivos sociopolíticos contra otros. Es decir, se difunde un discurso de odio que integra semántica que incita a la violencia, odio, discriminación o animadversión a un grupo de personas por su ideología, género, orientación sexual, nacionalidad, discapacidad, religión o política.

En las redes sociodigitales, cada vez es más común la difusión de discursos que propician la hostilidad e intolerancia a través de sus diferentes estructuras narrativas, que apelan a la emoción más que a la razón, y resalta la violencia simbólica de dominio —de uno sobre otro— para lograr silenciar a una persona o grupo social.

Aunque los discursos más comunes son aquellos que subrayan las diferencias étnicas, religiosas, sexuales y sociales, existen cuatro criterios básicos que, según Kaufman, destacan para que un discurso pueda ser considerado de odio. El primer criterio se refiere a grupos históricamente discriminados y son los grupos en situación de vulnerabilidad tipificado; el segundo es un criterio de humillación y hace referencia a la agresión o humillación a símbolos representativos de un determinado grupo social; el tercero es el criterio de malignidad, que implica humillar y denigrar a personas de grupos en situaciones de vulnerabilidad; y finalmente el criterio de intencionalidad, que comprende la intención de humillar, excluir y denostar.

Pareciera que internet es un espacio donde el discurso de odio encuentra una manera más eficiente de propagarse, especialmente en las redes sociodigitales y aunque cuentan con políticas de convivencia que rechaza el comportamiento abusivo, así como “el contenido que promueva, incite o exprese el deseo o esperanza de que una persona o grupo de personas se mueran, sufran daños físicos graves o se vean afectados por enfermedades severas” —como señala una de las políticas de Twitter con respecto del comportamiento abusivo—, aún no es castigado a severidad como sí lo es con la difusión de fakenews de la vacuna Covid-19.

En Twitter es más fácil que expulsen un perfil por difundir información inexacta sobre el Covid-19, que una clara agresión, amenaza o discursos de odio que deriva en comportamiento como el ciberacoso o el ciberodio. Y aunque las causas detrás de este fenómeno pueden ser la crisis económica (social), extremismo violento o la ausencia de medidas preventivas que promuevan la resiliencia social, las consecuencias quedan en evidencia explícita de violencia.

#NoLeCreo, #Karma, #Irresponsable, fueron tendencias para vehicular deseos de muerte al presidente Andrés Manuel López Obrador, luego que anunciara ser positivo a Covid-19. Es este sentido, la plataforma contribuye a la impunidad de difusión de discursos de odio que intentan legitimar y normalizar individuos al comunicarse en un espacio no físico, que provoca una distancia emocional derivada de la lejanía física entre emisor y aludido.

 

Ecosistema Digital

Carlos Miguel Ramos Linares

@cm_ramoslinares