Hace dos semanas tuve que mudarme de barrio, tuve que hacerlo rápido. De pronto me vi en la estación del tren con una maleta haciendo una llamada a mi amigo Marco, preguntando si tiene lugar en su casa para mí, también escribí en grupos de Facebook pidiendo departamentos baratos.
Y mientras todo esto pasaba, una Angela Merkel enfurecida, cansada y triste anunciaba el peor de los encierros desde que comenzó el COVID. No era para menos, Alemania estaba completamente roja y esta vez no se trataba de la RDA. Más de novecientos muertos por día. Esto se asemeja a Italia en el peor de sus tiempos. Sí, necesitamos un encierro rápido.
Por fortuna encontré un lugar en un edificio de estudiantes en Lichtenberg. Perfecto, no me quedé sin casa para comenzar el confinamiento, pensé. Pero un día después sí me quedé sin trabajo. Todo este tiempo he trabajado en dos restaurantes; el primero cerró hace dos meses y el segundo anunció que se confinaría hasta el siguiente año.
La verdad es que a estas alturas lo veía venir, no pasa nada. Es el dos mil veinte. Creo que ahora resisto mejor a estas adversidades, aunque no quisiera cantar victoria. Siempre puede ser peor.
Y bueno, este veinticuatro de diciembre me encuentro en mi habitación de Lichtenberg escribiendo esta columna, antes de ir a casa de mis amigos a intentar celebrar Navidad. Las reglas son: confinarse y reunirse en una casa con máximo cinco personas. No salir después de las diez de la noche. Lo hemos hecho al pie de la letra durante los últimos días para reunirnos hoy.
Mi amiga Carla de Honduras, Marco de México, mi novio de Grecia y yo, nos reuniremos en un par de horas para cenar ceviche peruano, mole que me traje de Puebla y el típico vino caliente alemán.
A todos nos ha cambiado la vida, ninguno de nosotros podemos estar con nuestras familias pero la resiliencia nos ha traído hasta aquí. De alguna forma, representamos a esta ciudad multicultural. Nos refugiamos entre nosotros y nuestras costumbres. Hacemos lo que podemos desde nuestras trincheras, mientras las sirenas no paran de sonar en las calles.
Pienso en las navidades pasadas en Berlín, llenas de alcohol, fuegos pirotécnicos, yendo a clubes techno, donde las multitudes se reúnen, se abrazan, se besan, porque esta ciudad joven así lo ha permitido… pero ahora todo suena tan lejano. También pienso en mi familia en México, añoro comer esos chiles navideños que hace mi mamá, pero por ahora mi alegría se centra en saber que están sanos y confinados.
Sé que el siguiente año las cosas seguirán siendo extrañas. La reinvención es una clave para sobrevivir en el dos mil veintiuno, así que hoy celebro la resistencia que nos ha permitido estar aquí y que nos prepara para el siguiente año.
Felices fiestas y como dicen los alemanes: Bleibt gesund = manténganse sanos.
Cartas desde Berlín
Diana Gómez
Twitter: dianaegomez