• La combinación de estas tres amenazas
    hace prever que México se adentra en la época
    más oscura que haya vivido en un siglo.

Los días recientes han traído un agravamiento de las tres principales amenazas que se ciernen sobre el país: la pandemia del covid-19, la violencia criminal y la contracción de la economía.

Comencemos con el coronavirus.

Luego de un relajamiento de las medidas de sana distancia —tanto en las recomendaciones oficiales como en la práctica cotidiana de la gente— el ritmo de contagio se ha venido acelerando.

El viernes se rebasó la cifra oficial de 20 mil muertos por la enfermedad. En números redondos —y a reserva de agregar los fallecimientos aún catalogados como “sospechosos”—, la mitad de ellos se dio entre el 18 de marzo y el 31 de mayo, es decir, durante la etapa de confinamiento, y la otra mitad en apenas tres semanas, desde el inicio de la “nueva normalidad”. Lo mismo sucede con los contagios.

El sábado, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, sostenía que “ya no tenemos un crecimiento acelerado”. Es el mismo hombre que, a finales de marzo, cuando el Presidente preguntó si el país podría salir del confinamiento a mediados de abril, respondió con un tímido “más o menos”.

Lo cierto es que si uno toma en cuenta el número de contagios acumulados que había el sábado 6 (113 mil) y el sábado 20 (175 mil), el ritmo de replicación catorcenal del covid-19 está en un peligroso 1.55, lo cual quiere decir que, de seguir así la tendencia, para el 4 de julio estaremos en 271 mil contagios y para el 19 de julio, en menos de un mes, en 420 mil.

Pero no es la única amenaza.

La violencia sigue implacable. En lo que va del año, sólo ha habido cinco días por debajo de los 60 homicidios dolosos a nivel nacional: el 2 y 31 de enero, el 19 de marzo, el 22 de abril y el 5 de mayo, de acuerdo con datos oficiales. En cambio, ha habido ocho jornadas por arriba de los cien asesinatos y 28 por encima de los 90. El promedio es de 80.

El 1 de noviembre pasado, al cumplir once meses en el poder, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió un plazo de un año para acabar con la violencia (la segunda vez que lo hizo, pues en abril de 2019 solicitó uno de seis meses). A ese plazo de un año le quedan cuatro meses y medio. Los programas sociales a los que el gobierno federal apostó para “serenar al país” no han dado los resultados esperados.

El crimen organizado y la delincuencia común han sentado sus reales. Y, pese a los intentos de frenar la entrada de armas y municiones al país, el derramamiento de sangre no para. Por hablar de dos hechos emblemáticos, el martes 16 mataron a un juez federal en Colima, y el sábado 20, criminales del Cártel de Santa Rosa desataron la violencia en la zona de Celaya, luego de la detención de 26 de sus miembros.

El tercer jinete del Apocalipsis que cabalga por el país es el de la contracción económica. Tome usted casi cualquier gráfica, la que desee, y la curva será proporcionalmente inversa a la del covid-19. No quiero decir, por ello, que el tropezón económico sea únicamente efecto de la pandemia. Medidas tomadas por este gobierno antes del brote epidémico ya habían sembrado la desconfianza, lo cual se reflejó en una caída de 0.1% del PIB en 2019.

Entre las estadísticas más recientes, vea la de la Inversión Fija Bruta privada en el primer trimestre del año: 11.5% abajo respecto del mismo periodo de 2019; y su nivel más bajo desde el tercer trimestre de 2001. Eso significa pérdida de empleos y expansión de la pobreza, por más que se nos quiera convencer de que el reparto de dádivas por parte del gobierno y el uso de los ahorros del país frenarán la debacle.

La combinación de estas tres amenazas hace prever que México se adentra en la época más oscura que haya vivido en un siglo.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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