Con la movilidad que hay en el país, no se puede saber dónde aparecerá un
nuevo caso de infección
La llegada a México del coronavirus, Covid-19, representa un enorme reto para el gobierno federal.
La epidemia se hace presente en momentos en que la economía mexicana muestra síntomas de debilidad con el desplome de la inversión extranjera, la construcción y el consumo, entre otros rubros.
Por si fuera poco, México tiene de vecino a un hombre bravucón que amenaza con cerrar la frontera común, a pesar de que aquí aún no ha muerto nadie por el coronavirus, como ya sucedió en Estados Unidos. Aunque el anuncio del presidente Donald Trump resulte una simple finta, bien puede tener un efecto sobre la imagen de México y el turismo internacional.
La noticia de la importación de la infección pudo haber borrado, de momento, la discusión pública de los pésimos resultados de Pemex pero, de seguro, no distraerá a las agencias calificadoras de deuda, que tienen en la mira a la empresa.
Y el sistema público de salud, que deberá atender los casos de contagio que vayan apareciendo, enfrenta una crisis ante el desabasto de medicamentos y material de curación y la insuficiencia de camas en hospitales.
El arranque no ha sido malo. La decisión de ampliar la comunicación mediante conferencias nocturnas en Palacio Nacional ha venido acompañada de información precisa y oportuna. Hugo López-Gatell, el subsecretario de Salud, ha suplido bien la virtual desaparición de su jefe, Jorge Alcocer Varela, y ha logrado comunicar con seriedad los datos de los que dispone el gobierno.
Ahora bien, el gobierno tendrá que entender que la comunicación es sólo parte de su responsabilidad. Deberán venir decisiones que contribuyan a reducir el temor que provoca la propagación de un mal que los científicos apenas están comenzando a comprender.
El miedo es el principal enemigo de la certidumbre. Eso no puede dejar de tomarlo en cuenta un gobierno con tantos problemas en la construcción de confianza.
La expansión de los contagios a nivel internacional (ya hay unos 60 países afectados) ha provocado desplomes en los mercados bursátiles y otros fenómenos económicos que no se veían desde la depresión de 2009. Para una economía como la de México, cuyo PIB se contrajo 0.14% el año pasado, es una muy mala noticia.
La epidemia, sin duda, golpeará a la economía mexicana. Eso no se corrige cambiando de tema.
El fin de semana escuchamos al presidente Andrés Manuel López Obrador hablando de la expansión de becas y otros programas sociales. No creo que sea eso lo que quieren escuchar los mercados en estos momentos. El mandatario tendría que estar concentrado en el mensaje de cómo va a hacer frente México al coronavirus, cómo va a evitar que el miedo meta en aprietos aún mayores a su economía.
Tampoco manda una buena señal que el Presidente siga con su costumbre de saludar a todo el mundo de mano y hasta de beso, cuando las propias autoridades de salud están recomendando evitar esas prácticas.
Imaginemos qué pasaría si el mandatario se contagia. López Obrador hace giras todos los fines de semana y la costumbre es que, en ellas, se organicen reuniones con grupos numerosos. Con la movilidad interna que hay en el país, no se puede saber dónde se aparecerá un nuevo caso de infección. El mensaje gubernamental debe ser homogéneo y resistir la tentación de ideologizar el tema. Lo digo porque, a veces, pareciera que se quiere evitar cualquier comparación con la forma en que el país manejó la epidemia de influenza AH1N1, sólo porque en ese momento gobernaba Felipe Calderón.
Pese a la propensión que tenemos en este país de reírnos de todo, México no puede tomar a la ligera lo que está pasando. La providencia asiste al que se prepara y toma las cosas con seriedad. Debemos aceptar que, acá, el horno no está para bollos.
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