Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
¿Y el tiempo? ¿Cuánto hemos hablado del tiempo? ¿Cuántas veces hemos querido descifrarlo, entenderlo, explicarlo y detenerlo? ¿Detenerlo? Si, detenerlo como se detiene un cuerpo que muere. Detenerlo para que las cosas no se vayan, para que nada nos abandone. Pero no, no, ya sabemos, eso es imposible. El tiempo va como sombra por la piel de los que se aman, los oscurece cuando resplandecían, los reúne y los separa, los alegra y los vuelve tristeza. Los desnuda, los vuelve polvo, aunque polvo enamorado, como en el poema de Quevedo, pero polvo al fin.
Las caricias buscan detenerlo, cada movimiento amoroso en los cuerpos, busca pararlo, dejarle allí como el agua del estanque, pero los instantes pasan y alertan a los que se aman con la precipitación del abismo, con el oleaje de la distancia que comienza a escucharse como se oye el mar en las noches negras. Luego el silencio, la ausencia, la noche serena y la memoria como un pez vivaz que desata sus alas y trae lo que el tiempo se ha llevado, y vuelve la ilusión como el humo en las manos. Eso es todo. No hay regreso, no hay repetición.
Las manos no guardan sino la ilusión táctil de lo que nunca ha de volver, porque la siguiente vez ya las manos no serán las mismas, y la piel amada, ha madurado, ha disminuido en aquella otra soledad contraria. Le han pasado los días encima a la que creemos es la misma piel, la ha ensombrecido aquella otra noche con su oleaje del que tampoco hubo quedado nada. Y nunca queda nada cuando se acaba el tiempo en el amor, porque el amor invencible, es ilusión en el tiempo y solo eso. Y contra el tiempo, la imaginación que se yergue como su enemiga combatiente, le pone enfrente un espejo de agua, y el tiempo titubea por un momento, y parece repetirse como sucede en el arte, pero la verdad es que también se evapora lo que vimos por un instante en el imaginario, y la imaginación, también es vencida por las violentas zancadas del tiempo que no se detienen y van a no se qué mar de la muerte.
Y tenemos el vicio de buscar a toda costa que se repitan los milagros del amor, y nos consolamos con esperar el regreso de la amada y tenerla de nuevo, y creer que todo vuelve, que todo renace, que sucederá de nuevo, que todo ha de volver como la noche anterior, aunque sepamos que lo único que parece ser igual, es la sangre de lo que se recuerda. Pero oh, qué pena, todo se pierde, todo, todo no existe más de una vez. Irrepetible todo, porque allí va el tiempo, como ahora lo veo pasar encima de estas palabras, mientras escribo tratando de detener no sé qué cosa, pero con el sueño vano de creer que todo se repetirá. Y me engaño escribiendo que seremos los mismos mañana después de la ausencia, y me miento como el pobre que con dos moneda sueña el tesoro completo en sus bolsillos…
El amor envejece y se muere, como se mueren los caballos enfermos, como ese aire que va en sus propias monturas con sus cascabeles viejos, haciéndose pasar por los fantasmas de lo que dejamos ir. Dibujo lo que pasó hoy en mi corazón y el dibujo se borra despacio, como lentas pasan las horas mientras con las palabras, también quiero detener el dibujo exacto de lo que mis manos trazaron, mientras acariciaron el cuerpo amado. Y sé que nada es cierto después que el instante del fuego se apaga. Leo un poema de amor y tiembla en el pecho la música perfecta que las palabras atadas a su hermosa armonía construyen, pero solo una vez estalla la magia, porque la primera vez que lo leí, no había sido lo mismo. Aprendo la soledad en el silencio que deja el poema que ya no resuena en mí, aprendo a quedarme solo sin el hálito sonoro que el poema quiso dejarme. Y voy a su cuerpo por el camino de los ojos cerrados y no es nada, sino desesperación por el incesante vacío, que al abrir los ojos me espera completo, pleno en mi navegación. Y la navegación también la guía el paso del tiempo con su maquinaria de pacientes pistones.
Y ahora que veo que el tiempo se vuelve el enemigo del amor donde vivo, la desesperación me invade y como en un bolero desesperanzado, veo en la memoria todos esos momentos que ya perdí y me da por voltearles la cara, por olvidarlos, por despreciarlos, pero lo que vivieron mis manos en aquella blanca piel, solo la poesía puede representarlo y nunca repetirlo, porque son palabras… por eso escribo, porque quizás un día pueda hacer, anatómicamente la disección de una caricia en los pechos más hermosos de mi vida y volver a ella, como si no hubiera pasado el tiempo de sus pezones y la palma de mi mano. Y juego a repetirlo, juego a creer que en la ausencia, mientras cierro los ojos todo vuelve, y aquellos pechos hermosos están aquí, en la luminosa habitación que los ojos cerrados me dan, en las palabras que dibujo lentas en la página, como mi mano acariciaba aquellos pechos tibios la noche que ha muerto, y pronuncio la palabra, y digo la caricia, y la repito muchas veces y cierro la puerta para que no entre la muerte por ningún lado, y el amor siga repitiéndose en la habitación de los ojos cerrados.
Pero hoy que escribo, imagino que el tiempo repentinamente se detiene a mirarme y yo lo miro. Y ya es nada, como está página que se acaba.º