La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía

Los diputados poblanos tendrán un atractivo “moche” de 15 millones de pesos cada uno.

Cuando menos eso es lo que está especificado en el típico programa legislativo de obras públicas al que tendrán acceso.

La cosa es simple: se trata de que los legisladores locales de todos los partidos políticos puedan llevar recursos para obras públicas en sus distritos.

De esta manera, canalizarán hasta quince millones de pesos.

El problema empezó cuando algunos creyeron que las cosas no se habían movido y que todo seguía igual que antes de las elecciones de junio pasado.

Hay casos de diputados que ya hasta se gastaron los recursos en temas personales como viajes o bisutería.

Otros más pretenden chicanear los recursos a través de facturas falsas o simples notas de remisión.

Lo que no saben es que el gobernador Miguel Barbosa ya giró instrucciones muy precisas a la secretaria de Finanzas en aras de que los quince millones por diputado sean canalizados de la manera correcta.

Es decir: sin “moches”, sin constructoras a modo, sin desviación de recursos.

Hay una lupa muy grande observando los movimientos de todos los diputados.

Y los que violen las reglas de operación —las muy estrictas— no tendrán acceso a esa canonjía.

Por cierto: algunos diputados del PAN —por muy extrañas razones— recibirán cantidades mayores.

¿Qué pasó ahí?

¿Qué se movió o qué quiere moverse?

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Crónica de un Zafarrancho Frustrado

Durante la presentación del primer libro de cuentos de Mario Galeana ocurrieron varias cosas delirantes.

Vea el hipócrita lector:

Un editor-comentarista severamente nervioso y enojado tergiversó lo que dije en mi oportunidad, y mediante ardides tramposos buscó descalificarme.

La polémica no está nada mal.

De hecho, siempre la he procurado a lo largo de décadas.

En los últimos veintitrés años he debatido con periodistas, escritores, empresarios, políticos y usuarios de las redes sociales.

Lo intolerable es la recurrencia al pastelazo en lugar del debate de la ideas.

Eso hizo Carlos Noyola, editor de una colección de libros publicados por el ITAM.

Todo empezó desde el saludo.

Cuando me lo presentó Pablo Argüelles, Noyola me dio una mano esquiva y tensa.

Supe que algo no estaba bien.

Pregunté quién era.

Me dijeron que escribía una columna en El Sol de Puebla y que era funcionario en una universidad estadunidense financiada por los tristemente célebres Legionarios de Cristo del “amado” padre Maciel.

Con esas credenciales, Noyola subió al templete y se mantuvo, además de nervioso, muy impaciente cuando tocó mi turno.

De reojo veía sus piernas moverse.

También lo veía dibujar diversos garabatos en una hoja amarilla.

Cuando le tocó hablar dijo que no pensaba extenderse porque el protagonista de la noche era Galeana.

No obstante, rompió su palabra y se lanzó en contra de varias ideas que expresé a lo largo de diez minutos.

De entrada, dijo que le preocupaba que los asistentes a la presentación —realizada en la librería Profética— se fueran con ideas equivocadas.

¿Qué le molestó a Noyola?

Algo que nunca dije:

Que me parecía asqueroso que Emily Dickinson sólo saliera a la calle a comprar cocacolas.

Y acotó: “Desde su habitación hizo una gran obra poética”.

—¡Falso! ¡No tergiverses! ¡Nunca mencioné a Emily Dickinson! No seas mentiroso —atajé airado.

—¡Sí lo dijiste! ¡Está grabado! —respondió fuera de sí.

El intercambio duró algunos segundos, hasta que —en una abierta broma— solicité la presencia del personal de seguridad.

(Personal de seguridad inexistente en Profética).

“¡Ahora me quieres censurar!”, gritó nuevamente fuera de sí.

Hubo algunos aplausos apoyando al itamita.

Cierto.

Aplausos salidos de su novia y de dos o tres amigos que habían llegado con él.

El resto del auditorio coincidiría después en que sólo había hecho el ridículo.

Y es que su histeria lo convirtió en el protagonista de la noche, robándole a Galeana esa posición.

Antes había dicho que un libro no convierte a alguien en escritor y que él conocía a muchos que eran escritores sin haber publicado nunca.

Faltaba más: no pudo poner un solo ejemplo.

Al final leyó —mal y de malas— un garabato retórico lleno de tecnicismos.

Y así terminó la presentación.

Al final, nuevamente nervioso y excitado, se acercó a mí y me tendió la misma mano tensa al tiempo de decirme: “¡Adiós, señor director de periódico!”.

—¡Adiós, señor calumniador! —me burlé.

Horas después, la novia del multicitado respondió una publicación mía en Facebook:

“Hagamos un recuento: te invitan a presentar un libro, no lo lees bien, vas a hablar sobre lo que el libro no es y de paso a intentar decir cómo un escritor debe de vivir su vida… Qué patético, ayer andabas quejándote sobre cómo te estaban “calumniando” y hoy haces lo mismo, diciendo que alguien se droga y quería zafarrancho solo porque te hizo quedar en ridículo… te recuerdo que hubo gente que le aplaudió, pero bueno, suerte con tu columna, ojalá también leas las de él en El Universal…”.

No dudé en aclararle:

“Hagamos el recuento real: presento el libro y detecto una de las principales influencias del autor: el José Revueltas de El Luto Humano. En función de otro de sus autores de cabecera —Ricardo Piglia— hablo de los escritores, sus obras y sus vidas. En ese momento aparece tu novio —Carlos Noyola—, más nervioso que una Benzedrina: deformando mis dichos y calumniándome. El ridículo, todo mundo lo dice, lo hizo él con su exacerbado protagonismo y sus grititos histéricos. Y sí, claro, faltaba más, se llevó unos aplausos… pero de los tres amigos que fueron con él a la presentación. Veo que también acudiste y aplaudiste. Es lo menos que se debe hacer por un novio nervioso. No acusé a nadie de haber llegado drogado. Si así lo interpretas no es mi problema. Mi columna no necesita suerte: tiene los lectores de los que carece tu novio. Por cierto: qué cobarde se ve al enviarte a responderme. Nota bene: busqué sus columnas y sólo me aparecieron las de El Sol de Puebla. No hallé ninguna de El Universal. Quise leerlas pero me topé con un río cansino de retórica. Prometo perseverar.”

Lamento que en lugar de hablar del gran primer libro de cuentos del extraordinario reportero y escritor Mario Galeana hayamos terminando haciéndole una terapia de grupo a un editor deseoso de reflectores.

Ya será para la próxima, querido Mario.