Por: Víctor Baca
Un sistema democrático y eminentemente liberal, como el que nos rige, tiene por base esencial la observancia estricta de la ley. Ni el capricho de un hombre sólo, ni el interés de ciertas clases de la sociedad forman su esencia. Bajo un principio noble y sagrado él otorga la más perfecta libertad, a la vez que reprime y castiga el libertinaje.
B. Juárez
¿Restaurar la república? Desde su definición etimológica implica la acción de volver al estado original al estatuto que nos dio razón de ser como nación, la pregunta sería ¿si nuestro país en algún momento de su historia fue o no una república? En efecto la siguiente pregunta sería en el sentido de conocer lo qué es en realidad una República.
Res pública. La cosa pública. El principio de la discusión sobre los asuntos públicos. Populus, del pueblo, lo público no tiene propiedad. Lo que nadie puede poseer, pero en efecto todos deben participar. Signo contrario de nuestra modernidad, lo que solo algunos tienen y nadie puede participar, lo público, nuestra cosa pública ha sido secuestrada, por los farsantes pseudo-políticos (Ha tiempo que se extraña lo político). Esos hombre sin principios que no saben qué es la política y mucho menos el bien común. Todo se reduce a instancias y mecanismos del poder.
Los que tenemos poca historia vivida difícilmente lo concebiremos de esa manera: la cosa pública ha mucho que fue secuestrada. La cosa pública no es tal cosa. Nacer en los sesenta y que la primera noticia que tengamos sea lo acontecido en Tlatelolco es una tristeza. Tal vez, a unos pocos, solo nos acompañen las cenizas de la monumental obra de Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México, donde la parte primera se intitula República restaurada (1867-76), que recupera los hechos de los mandatos de Juárez y Lerdo de Tejada. Gobiernos casi míticos que sirven de consuelo para algunos idealistas de la historia, la política, y sobre todo la crítica. No es que pensamos que fueron gobiernos impolutos o cosa por el estilo, simplemente que son parte vital en la comprensión de la historia que cada día se escribe.
Restaurar ahora solo la usan lo que buscan recuperar los monumentos históricos, iglesias, casonas, edificios u obras de arte, pero restaurar el sentido moral de la historia de nuestra nación es un poco más complicada, quedan restos muy tristes en la memoria. Restaurar la memoria del siglo XIX, previo a la Dictadura, que sin la irresponsabilidad de Vargas Llosa, es difícil pensar que después de Díaz ha dejado de existir, y que su intento entre los años veinte y cuarenta hayan sido efectivos, pues desde 1940 empezó el lento secuestro del espacio público. La cosa Pública perdió su encanto y, tal parece que la pretensión de devolver a México sus instancias de la Cosa Pública a su mandante original, no resulta convincente a para el grupo que rodea a los mandatarios, sean del color que sean. El mandante según la Carta magna reside en el pueblo. El mandatario ha desaparecido en medio de una brutal e inmisericorde acción de los poderosos: la miseria y el olvido.
La pretensión de la presente columna será revisar o revisitar algunos momentos cruciales de nuestra historia, su revisión ética moral, pese a los hombres no radicales que creen, porque así le dijeron antes de pensarlo que la política y la ética están distanciadas o que Maquiavelo en realidad pensaba dicha separación.
Desde el último cuarto del siglo XIX, mucho se ha pensado en instaurar un sistema republicano, sin embargo, ésta ha sufrido los embates, también sin mucha claridad por los postulados democráticos. Ahora los “demócratas” invocan la república como si fueran una y la misma forma, sin embargo, sabemos que no es así.
Basta mirar las discusiones, ahora que las campañas políticas por la presidencia, gubernatura o cualquier puesto de elección popular, así como las partes constitutivas de la República como el Congreso o aquellas circunscripciones donde se realiza el primer acto de contacto entre los ciudadanos y las autoridades, es decir, las presidencias municipales, es difícil encontrar algún asunto público de calidad republicano, como parte de una construcción empeñada en ofrecer a los ciudadanos otro perfil de gobierno. Lo anterior por no plantear alguna diferencia ideológica entre los diversos bandos, en realidad todo se limita a denunciar lo qué está mal, como la corrupción, la inseguridad, la ausencia de precisiones políticas para con la población, pues todo se reduce a pretender, sin alguna certeza, convertir todo postulado, que no discurso en una colección de frases maniqueas. Tal parecía que todos estaban resueltos a ganar Los Pinos que no la presidencia de la República, pues ésta puede esperar. Ahora ya no hay Los pinos. La historia está cambiando, pero al parecer no entendemos del todo lo que realmente acontece.