Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles /@piaa11
El año es 1944. Glenn Miller y su Orquesta atraviesan gran parte de la Isla Británica tocando cientos de conciertos para las tropas aliadas. La leyenda viva, el hombre que después se desvanecería misteriosamente en un vuelo entre Londres y París -alegándose venganza por su supuesta calidad de espía Nazi- esta ahí, alentando con el viento de su mítico trombón la moral de los soldados ingleses y norteamericanos, congregados dentro un hangar de la RAF bailando ante un escenario improvisado, unas veces sobre la plataforma de un camión, otras simplemente sobre al campo.
La música de Miller eran la única distracción que las tropas tenían previo a los tensos días del desembarco. En algún punto, el general James Dolittle, héroe y comandante de las fuerzas aéreas aliadas le expresó a Miller en una carta que lo que él generaba en los soldados con su música, era solo tan bueno como una carta recibida desde casa.
Finalmente la cultura popular norteamericana se impuso en los años posteriores al final de la Guerra, en gran parte gracias a semillas como el swing de Miller, que germinarían tan solo años después con explosiones culturales a mediados de los cincuenta.
Pero eso es otra historia.
La música como acompañamiento de acontecimientos políticos o causas filantrópicas, no es una novedad.
Si llegaron a ver aquel bodrio de Bohemian Rhapsody, nominada al Oscar, seguramente habrán visto que prácticamente toda la trama de la película gira en torno a Queen tocando para el Live Aid como momento culmen del grupo y del propio Mercury. La causa queda a un lado. Ese concierto, revivido a detalle por la producción de la película, buscaba, en 1985, recaudar grandes sumas para combatir la hambruna en países Africanos.
El titánico evento fue organizado por un artista, hasta ese momento prácticamente desconocido, llamado Bob Geldof, que, ¿desinteresadamente?, logró congregar a los nombres más importantes de la música popular en dos conciertos simultáneos transmitidos a todo el mundo desde los dos continentes. La idea le vino después de ver un reportaje sobre África televisado por la BBC.
Finalmente, Live Aid, no fue un concierto que sentara precedentes sociales más que mediáticos.
Pero antes de las masas y de las transmisiones satelitales, antes del rating y todo aquello, quizá el primero en organizar una especie de concierto benéfico haya sido Frideric Handel en el Siglo XVIII. Halleluja!, Hallelujah!, el coro insignia del músico teutón, ¿lo recuerdan?, pues forma parte del afamado Himno del Hospital Foundling, que Handel compusiera para que en su estreno se recaudaran fondos que ayudaran a niños huérfanos.
Pero como tal, el primer gran concierto en beneficio de algo, fue el que organizó George Harrison para Bangladesh.
Era 1971. El gran músico del sitar y mentor del ex-Beatle, Ravi Shankar, le llamó un día para pedirle ayuda. La causa era que Pakistán Occidental, que intentaba evitar a toda costa que Bangladesh (antes Pakistán Oriental) fuera reconocido como un país independiente, había comenzado una guerra que culminó con más de un millón de muertos y diez millones de desplazados. George Harrison se puso manos a la obra y ágilmente organizó un concierto en el Madison Square Garden al que invitó a sus más grandes amigos: Bob Dylan, Billy Preston, Eric Clapton, Ringo Starr, Leon Russel…
El concierto, más que otra cosa, logró poner a Bangladesh dentro de la agenda y el mapa, porque como siempre, no faltaron controversias en torno a los fondos recaudados.
En marzo de 1979, artistas norteamericanos de todos los géneros se embarcaron en el primer intercambio cultural -formalmente hablando- entre Estados Unidos y Cuba desde los primeros días del bloqueo.
El presidente de Columbia Records, Bruce Lundvall y Jerry Masucci, fundador de la Fania Records, eligieron a diversos músicos entre los que estaban Stephen Stills, Kris Kristofferson, Rita Coolidge e Irakere para tocar en el teatro Marx a principios de marzo de ese año.
El concierto, titulado Havana Jam, quedó, por cuestiones políticas y comerciales, arrumbado en un cajón, empolvándose por casi cuarenta años hasta que recientemente el cineasta y productor cubano, residido en Miami, Ernesto Juan Castellanos, lo rescató para revalorizar dentro un documental (que sigue buscando fondos para su culminación) su papel dentro de la cultura popular.
De entre todo, Billy Joel, quien formó parte de ese grupo de artistas norteamericanos que tocaron en Cuba, en su calidad de escéptico mayor, dijo años después, detestar la forma en la que artistas como Stephen Stills habían tomado el micrófono para dar más un discurso político que un acto musical.
Entonces, en el acto del repaso y con las últimas noticias del concierto Live Aid para Venezuela, me sobran las dudas:
¿Qué tan oportunista es poner una causa dentro del mapa y de la agenda?
¿No es ya un acto político hacer música?
¿Dedicarse al arte y no entrometerse en otros asuntos, sobre todo políticos, no es ya un acto de resistencia per se?
Me seguiré preguntando.
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PS
Hay gente que vive con un Look de Pubertad Vitalicio.