Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río
La semana pasada escribí en este espacio que el más reciente episodio de enfrentamiento verbal entre India y Pakistán corría el riesgo de escalar.
Y que tratándose de dos países que tienen la bomba atómica, la comunidad internacional no debía quitar el ojo de lo que estaba sucediendo (“La Caja de Pandora”, 22/II/2019).
En la madrugada de ayer (hora local), la Fuerza Aérea India lanzó un ataque en el lado paquistaní de la Línea de Control de la disputada región de Cachemira, en respuesta al atentado perpetrado el 14 de febrero por el grupo terrorista Jaish e-Mohammed –el cual, de acuerdo con Nueva Delhi, recibe apoyo de Islamabad–, que dejó 40 soldados muertos.
Una docena de cazas Mirage y cuatro Sukhoi despegaron de distintas bases en el norte de India, poco después de las 2 de la mañana del martes, y bombardearon lo que el gobierno de ese país llama un campo de entrenamiento de Jaish e-Mohammed (“ejército de Mahoma”) en Balakot, ciudad ubicada a 64 kilómetros de Abbottabad, donde fuerzas especiales estadunidenses mataron a Osama bin Laden en 2011.
Y aunque el gobierno indio aseguró que el ataque resultó “completamente exitoso”, eliminando a un gran número de yihadistas, su contraparte negó dicha versión y afirmó que las bombas habían caído en una zona boscosa deshabitada.
Aun así, el vocero de las Fuerzas Armadas de Pakistán advirtió que el país vecino debía esperar una respuesta militar al bombardeo de su territorio.
Como explicaba el viernes, ambos países han peleado tres guerras por el control de Cachemira desde 1947. La última vez que aviones indios habían volado sobre territorio controlado por Pakistán fue en mayo de 1999, un año después de que uno y otro realizaron pruebas nucleares para demostrar que poseían la bomba atómica. En esa ocasión, las aeronaves –dos Mig-27–fueron derribadas.
De acuerdo con el periodista Eric Margolis, quien escribió un libro sobre el tema, el conflicto estuvo “a pocas horas” de derivar en una guerra masiva. “Ambas partes pusieron sus fuerzas de ataque nucleares en máxima alerta y aparentemente comenzaron a insertar núcleos fisionables en sus armas atómicas. Esta crisis, cuya gravedad se ocultó a la opinión pública internacional, fue la confrontación directa más peligrosa entre potencias militares nucleares desde la crisis de los misiles en Cuba de 1962”. (War on Top of the World, 2000).
Ahora, el atentado del 14 de febrero contra fuerzas indias en Pulwama, en Cachemira, y la respuesta militar de ese país, han vuelto a hacer sonar las alarmas sobre una nueva guerra.
La historia del conflicto de Cachemira se remonta a la independencia de Pakistán e India, en 1947. Cuando se comprometió a desprenderse de su imperio surasiático, el Reino Unido lo dividió en dos países, uno para los musulmanes (Pakistán) y otro para los hindúes (India).
A Cachemira, que había sido una nación independiente, aunque tributaria del rajá británico, se dio a elegir entre unirse a uno u otro. Antes de que pudiera optar, su territorio –de población mayoritariamente musulmana– ya había sido invadido por guerrilleros pashto de Pakistán.
Cuando avanzaban sobre Srinagar, la capital regional, el marajá pidió la asistencia militar de India y firmó un tratado de anexión con una importante cláusula: los habitantes de Cachemira decidirían el futuro de su país una vez terminada la emergencia.
Los soldados indios hicieron retroceder a los pashto, que ya eran apoyados por fuerzas regulares de Pakistán. Los combates sólo pararon cuando intervino Naciones Unidas para pedir un cese al fuego. Posteriormente, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó distintas resoluciones llamando a la celebración de un plebiscito para decidir el futuro de Cachemira. En más de medio siglo, dicho plebiscito no se ha llevado a cabo.
Se trata del más antiguo diferendo territorial supervisado por Naciones Unidas. Tres décadas de insurgencia armada en la región ha dejado decenas de miles de muertos. De acuerdo con medios locales, 2018 fue el año con el mayor número de víctimas.
Buscapiés
La estrategia turística del gobierno federal cuenta con un promocional que, más que presumir las bellezas del país, habla del “cambio de paradigma” a que dieron lugar las elecciones del 1 de julio. Además de que no parece servir para invitar a nadie a visitar México, el problema es que en el video, junto al logo del gobierno y la Sectur, aparece varias veces el emblema de Morena. Quien lo produjo debió tomar en cuenta la posibilidad de que constituya un delito electoral y que acaba de aprobarse una reforma que prevé prisión preventiva por el uso de programas sociales para beneficiar a un partido.