Rocío y Rolando hablan por primera vez, desde la noche más larga de su vida, la del 25 de agosto, cuando su hija menor les fue arrebatada (primera de tres partes)
Por: Guadalupe Juárez /@lup24horas y Mario Galeana / @MarioG24H
Fotos: Tania Olmedo / @THOClick
¿Qué le hicieron? ¿Qué sucedió? ¿Está viva? ¿Muerta?
¿Dónde está? ¿Qué fue lo que le hicieron?
¿Se la llevaron del país? ¿Su cuerpo aguarda en una fosa común?
¿Qué carajos le hicieron? ¿Qué carajos le hicieron?
Un abanico de respuestas llega a la mente de Rolando Camargo y Rocío Limón. Los nubla. Les quita el sueño. Están muertos en vida. Pero aún guardan las fuerzas suficientes para mantenerse unidos, firmes, y continuar la búsqueda que hace tres meses iniciaron: el cuerpo de Paulina, la hija que les fue arrebatada, y el bebé de 18 semanas que guardaba en el vientre.
Una canción, su canción
Paulina y Rolando bailan en el centro de la pequeña sala de su casa. Es la tibia tarde del 10 de agosto.
Al fondo suena una canción de Rod Stewart. Rolando siente el vientre abultado de su hija.
“Ésta va a ser nuestra canción, papá”, le dice ella.
En el aparato de sonido se escucha “lo siento. Voy a romperte el corazón. Me iré por un momento, pero pronto estaremos juntos”.
Y Rolando ve los ojos de su hija transparentes. Se balancean. La balada le revuelve los oídos. No olvidará ese momento.
Quince días después, el matrimonio Camargo Limón vivió una de las noches más largas.
Paulina desapareció.
Esa madrugada, Rolando y Rocío recorrieron hospitales, sitios y líneas de taxi, clínicas, anfiteatros.
Nada. Nadie sabía nada.
Nadie, a excepción de José María Sosa Álvarez, ex pareja de Paulina, padre del hijo que esperaba, y la última persona que la vio con vida.
“Hablamos a Locatel. Movilizamos a nuestra familia, a nuestros amigos. Fuimos al café donde la dejamos por última vez, donde se vio con Chema. Pero nada”, relata Rocío a tres meses de la ausencia de su hija.
La madre de Paulina nos cuenta los 92 días que han pasado desde aquella noche, la noche más larga. Pero recuerda claramente otra: la noche del 29 de agosto, cuando José María declaró ante la Procuraduría General de Justicia (PGJ) ser el asesino de su hija. Aventó –dijo– el cadáver en un contenedor de La Margarita, la unidad habitacional en donde su departamento se ubica.
Pero, búsqueda tras búsqueda, Paulina y su bebé –que para entonces, bajo la piel de ella, ya tenía completas las terminales nerviosas, ya escuchaba, ya incluso podía llorar– no aparecen.
“Para mí, ella desapareció ayer. En esa fase estoy. No cuento el tiempo. Obviamente vivo día con día”, dice.
Para Rolando, enfrentar la desaparición de Paulina ha sido devastador. Hay días en que las fuerzas no lo levantan de la cama. Come sólo cuando se lo obliga en extremo el cuerpo reventado de angustia, pero ningún bocado tiene olor ni sabor ni forma que le permita pasarlo.
La ausencia de su hija lo dejó vacío: es igual a estar muerto en vida.
“Vives el duelo de otra forma, porque acá no sabemos realmente qué le hicieron. Si está viva. Si está muerta. O qué es lo que sucede. Cuando uno tiene un cuerpo, pues puede vivir el duelo, darle sepultura. Descansar. Pero nosotros no tenemos nada”, dice.
Rocío y Rolando han perdido peso. Se han enfermado. Han necesitado sueros que hidraten sus cuerpos.
“Hay muchos momentos de crisis, muchas subidas y bajadas de emociones. Pero estamos firmes en esto (la búsqueda). Es lo que nos da fuerza. Porque créeme que hay momentos en que te quieres tirar a la cama y no levantarte. Piensas qué le hicieron, dónde está…”, narra Rolando.
Pese a ello los padres respiran hondo, se aferran a la fe y se mantienen más unidos que nunca.
El matrimonio Camargo Limón
Fue un flechazo. “Me echó el lente aquí la señora”, dice Rolando. El matrimonio ríe un poco, cuando accede a contar quiénes son y cómo hicieron para caminar juntos hoy.
Aunque el dolor los aqueja y está presente en forma constante, se animan a abrir la puerta de su historia.
Hace 28 años se conocieron en una tienda del centro de la ciudad. Las madres de ambos eran amigas, y poco tardaron en conocerse y enamorarse. Seis años bastaron para llevar su amor hasta el altar. Y tres años después, nació Paulina.
“La nuestra ha sido una relación con sus altas y sus bajas. Como todas las relaciones, pero firme”, asevera él.
Del embarazo de Paulina, Rocío recuerda mucho, pero lo resume en una sola palabra: “Maravilloso”.
“Ella siempre fue muy sana. Nació en la Clínica Prados. Fue cesárea. Hermosísima, chiquita, hermosa”, recuerda Rocío.
Paulina siempre fue traviesa, recuerda su padre. “Sí, como toda escuincla. Una vez estábamos sentados y ella estaba con su juego de té. Me traía agua y yo me la tomaba sin chistar, hasta que me pregunté de dónde la sacaba. Pues la estaba sacando del wáter. ¡Y yo me la estaba tomando!”
—¿Mas té, papá? — ofrecía ella.
—Sí, más té —respondía él.
Y se bebía la taza hasta el final.
“Paulina hacía ese tipo de travesuras”, recuerda.
La pareja decide hoy hablar extenso por primera vez con un medio de comunicación. Con 51 años de edad, Rocío y Rolando se muestran fuertes, enteros. Lo hacen en su comedor. A sus espaldas flotan pegadas a la pared hojas rojas y un árbol seco.
“Lo pintaron mis hijos”, indica Rocío. Cada recuerdo parece hacerlos tambalear. El cigarrillo que comparten parece tranquilizarlos.
Rolando Enrique Camargo Limón, de 22 años, compartía todo con su hermana menor, Paulina. Salían de fiesta. Bailaban. Pintaban. Crearon el árbol seco de la sala.
Y Rolando Enrique es, hoy, el pilar de su familia. Los padres aseguran que los mantiene unidos, con pensamientos positivos flotándoles por la cabeza. Los ubica. Les recuerda sobre qué piso están parados.
Los invita a ser objetivos, realistas, considerar que su compañera de juegos, la salvadora de perros, ya no va a regresar. Nunca más.
Que se hagan a la idea de que ella está muerta, pero no se imaginen cómo murió.
“Claro que lo piensas, pero el dejarte llevar por eso sería devastador. Aunque estamos abiertos porque queremos saber la verdad”, añade.
Desde la desaparición de Paulina, el tiempo en la casa Camargo Limón se detuvo; no así las cuentas, los gastos.
Rolando es distribuidor de medicamentos, pero las idas y venidas a la Procuraduría, las marchas, la búsqueda de Paulina en sí le han absorbido cada una de las jornadas.
“Sí, pero… bueno. Mis clientes me comprenden. Están al tanto del caso. Mucha gente desconocida se nos ha acercado. Nos han brindado su apoyo. Nos regalan imágenes religiosas”.
Las figurillas ahora llenan su casa. Una imagen tamaño real de San Judas Tadeo junto a la ventana y la Virgen Caminante del Seminario en un buró de la sala.
Incluso el altar que se encuentra en la entrada de su hogar fue resultado de la solidaridad de sus vecinos, quienes también les han llevado despensas y suplementos alimenticios.
Rocío, por su parte, siempre ha sido ama de casa. Antes gustaba del estudio de la energía, de la lectura de cartas, de la danza polinesia y de sus hijos.
Ahora cuida de la vida que dejó Paulina: los perros callejeros que la joven recogía, criaba y cuidaba.
“Tengo a dos que ella me dejó. Uno que se llama Panzón, que ahorita está en una pensión porque por el proceso que hemos tenido que vivir, no hemos tenido posibilidad de estar al pendiente de él. Y La Vaca, que está allá afuera, en el patio. A ella la rescató en la 11 Sur, después de que la atropellaron. Y a eso nos hemos dedicado… bueno, yo. Es parte de lo que llena mi vida”, dice.
Lucha solidaria
Rocío y Rolando pasaron días en la Procuraduría. Una noche, una mujer compungida se acercó a Rocío. Le dijo que hace un año su hijo recibió una bala en el corazón. Y que desde entonces no había quién le diera respuestas.
Rocío sintió que algo la unía con esa mujer. Entendió su dolor. Y se preguntó cuántas madres, cuántos padres estarían pasando por lo mismo. “Los hemos estado invitando por medio de una página de Facebook que abrimos para la búsqueda de Paulina. Preguntamos si se quiere unir otra persona, pero hasta el momento no hemos tenido víctimas, ni respuestas. Pero no vamos a dejar de invitarlos”, asevera la madre.
—¿Qué se puede hacer para pelear con estos sentimientos?
—Mira, primero está Dios. Ubicarme en él. Totalmente en él. Buscar esa fe de la que nos hablan: la fe ciega. Ubicarme en esa parte de la energía que yo he estudiado: la energía. Y lo que más me mueve es poder tener a Paulina. El saber qué fue.
Qué es. Y dónde está Paulina. Es lo que realmente me mueve y lo que me ha fortalecido. Dices ‘no te puedes quedar aquí. Debes moverte. Porque tu hija no está. Está desaparecida’. Y hasta que ella esté presente es el momento en el que puedes decir “Sí. Ya. Descansa” —afirma Rocío.
¿Qué le hicieron? ¿Qué sucedió? ¿Está viva? ¿Muerta? ¿Se la llevaron del país? ¿Su cuerpo aguarda en una fosa común? ¿Qué carajos le hicieron?
¡¿Qué carajos le hicieron?! Rolando y Rocío no han dejado de hacerse preguntas. Pero creen que éste, el hecho más terrible de sus vidas, puede ayudar a los demás.
Rocío lo deja claro: “¿Qué es lo que estamos haciendo como padres? ¿Qué debemos hacer? ¿Encerrarnos? ¿No dejar salir a nuestras hijas? ¿Decirles que los hombres son el diablo? Ese es el punto. El punto es que de este horror podamos hacer algo. Yo le pido mucho a Dios que de lo que le pasó a mi hija, muchas familias tengan conciencia y que ayuden.
Con una, con una que salvemos en el camino de encontrar a la mía, con eso tenemos algo. Que no permitamos que las familias vivan esto. Es horrible. Es horrible.”